Rafael Loret de Mola – Gobiernos Fallidos

Rafael Loret de Mola - Gobiernos Fallidos

  • Gobiernos Fallidos
  • Tristeza en Madrid
  • Odio para Catalanes

Por Rafael Loret de Mola

El exceso de partidos, algunos de ellos consecuencia del hartazgo cívico ante la ineficiencia de los gobiernos, tiende a la parálisis y a la pérdida del rumbo nacional porque se olvida, de forma evidente, el interés colectivo en aras de la defensa de los partidistas. Tal es la tendencia actual marcada por el retorno a los autoritarismos, disfrazados o no, y la aguda resistencia de los modelos políticos exhaustos y caducos. Sucede en México, con sus propias condiciones, y en España en donde la fantasía democrática la llegado al extremo de no contar con gobierno desde hace más de un mes –y se espera que hasta junio próximo sea lo mismo-, con unos reyecitos de cuentos de hadas absolutamente inútiles.

Rafael Loret de Mola - Gobiernos Fallidos

Sucedió que, allende el océano –jamás volvamos a hablar de la “madre patria” porque eso nos humilla en la historia y en la conciencia; en todo caso preferimos ser huérfanos a aceptar una progenitura por violación-, el vencedor de las elecciones generales fue el Partido Popular, derechista, que nominaba al entonces presidente del gobierno, Mariano Rajoy Brey –más terco que su coterráneo Franco-, para reelegirse. Pese a ello, para formar gobierno, esto es para vadear los riesgos de la ingobernabilidad con una minoría en el Congreso, se requieren, cuando menos, la mitad más uno de los avales de quienes han sido electos: ciento setenta y seis.

Todo ello fue consecuencia de la irrupción de dos nuevos institutos, Podemos y Ciudadanos, acaso derivados de los movimientos sociales, como el de los “indignados”, que pusieron en jaque, cuantas veces quisieron, al deplorable gobierno de Rajoy plegado al Cuarto Reich de la alemana Ángela Merkel. El caso es que los líderes de estas organizaciones, por efecto del cansancio justificado de los electores españoles ante un bipartidismo obcecado y veleidoso, entre los conservadores y monárquicos del PP y los liberales y herederos de la vieja República del PSOE, arribaron a los cuernos de la luna con números sorprendentes que les dotaron de sesenta y cuarenta escaños entre los congresistas y partieron por tres a éste con todo y los organismos regionales que sólo cantan en su gallinero pero sin dejar sus sitios en Madrid.

El Rey, porque así lo manda la Constitución –ya vieja a pesar de tener menos de cuatro décadas, treinta y siete años exactamente-, conminó a Rajoy a pelear por su investidura presidencial acreditándolo como “candidato” sumando alianzas poselectorales –algo que en México está fuera de lugar porque aquí los pactos son preelectorales y efímeros-, y cuando acudió a ver al principal de sus opositores, quien quedó en segundo lugar en los comicios generales, el socialista Pedro Sánchez Pérez-Castejón, éste le dijo según reveló el propio señor Mariano:

–Yo no quiero saber nada de usted ni de su partido…

La respuesta, políticamente incorrecta, obligaba a Rajoy a buscar el aval de los radicales quienes se formaron, precisamente, el calor de la mala administración del mismo, el terrible agobio del desempleo, la miseria en aumento, los destechados por la burbuja inmobiliaria, la ausencia de políticas sobre la creciente emigración –todavía mayor desde la llegada de los refugiados de Irán y Siria-, y específicamente por las evidencias de corrupción que asfixiaron a la primera línea de los populares. Era evidente que con ellos le resultaba imposible negociar.

Fue por ello que Rajoy, cubriendo el requisito monárquico –un verdadero estorbo-, rechazó su condición de ganador y la invitación a buscar las investidura, pasando la batuta a su mayor adversario, precisamente Sánchez quien aseguró que él sí sería capaz de reunir los sufragios necesarios, con el apoyo de Ciudadanos y Podemos, lo que fue una quimera: sólo pude negociar con Ciudadanos y los pioneros de Podemos le dieron una negativa rotunda, primero, y más suave después, lo que imposibilitó su llegada a la presidencia del gobierno. Y así están los españoles, detenidos en el tiempo como en tantas otras ocasiones.
Un abogado, amigo mío, me lo dijo sin tapujos:

–El drama político de España es que los de la izquierda aún no se han enterado que perdieron la guerra…

Me quedé asombrado al constatar que los asesinatos y demás excesos del franquismo, una de las dictaduras más ruines de la historia, parecían perdonados por quienes buscan asegurar sus propios intereses antes de los de los demás. Franco es un personaje repudiado en el mundo, en la línea de Hitler, Mussolini o Stalin, y tal no es, de ninguna manera casual; el infame gallego no dejó de matar a sus rivales mucho después de término de la conflagración civil e impuso su ley bajo la brutal sentencia:

–Si para que haya paz en España es necesario matar a la mitad de los españoles… lo haré.
Ninguna salvación puede existir para este sujeto, rehén consentido en el inframundo del Valle de los Caídos, quien se dio el lujo, para colmo, de legar a sus coterráneos otra monarquía. Mientras exista una testa coronada en la antigua Iberia brava, el franquismo no habrá concluido. Con todo y el brazo de Santa Teresa de Ávila, la reliquia que guardaba el tirano en su recámara el Palacio del Pardo.

Pese a ello, se reclama el valor de la guerra como si ésta fuera irreversible, por injusta, y el franquismo, por ella, debiera seguir gobernando. Sencillamente absurdo, colosalmente mentiroso. Siguiendo esta línea de pensamiento deberíamos admitir que como los enfrentamientos entre las mafias, ahora mismo en México, van ganándolos los “capos” mayores, éstos tendrán derecho de hacer y deshacer –aunque ya lo hacen por la tibieza de un gobierno falaz y corrupto-, e incluso de ejercer gobierno a plenitud sin más consenso que el de las armas. Pensar así es meternos en la ratonera para no salir de ella agobiados por la cobardía.

En México no existen alianzas poselectorales aunque se han intentado copias como el Pacto por México, mismo que nació muerto, inspirado en el Pacto de la Moncloa del cual derivó un entendimiento interpartidista –entre izquierda y derecha- para enfrentar y superar el caos potencial que podría haber ocasionado, al fin, la muerte en su lecho del “caudillo” Franco quien partió en dos a su país y creó las expectativas para las escisiones que hoy amenazan con la pulverización del país con catalanes y vascos a la vanguardia. Menos mal que los primeros se han planteado la creación de una República para tirar al cesto a la monarquía ramplona y dar así el ejemplo de modernidad necesaria para establecer cauces distintos para la España de los días futuros sin encajes contra Latinoamérica –sobre todo México-, ni dependencias financieras bajo dos libros distintos: unos favorecedores de las prerrogativas madrileñas a favor de Cataluña; y otros, en sentido contrario.

Para desgracia nuestra, México, o más bien su deleznable gobierno, sigue viendo a los viejos conquistadores –que no fueron sino invasores del suelo ajeno-, para forjar sus cambios y viceversa: el socialista español, Pedro Sánchez, basó su discurso en un reciclaje de las reformas peñistas y debió salir por la puerta de atrás. ¡Sentí, con ello, una extraña sensación de envidia! En nuestro país no hemos sido capaces de impedir la marcha de las iniciativas presidenciales predadoras porque las complicidades soterradas son demasiado grandes y los mexicanos no hemos sido capaces de unirnos en una sola voz. ¿Lo lograremos pronto? Es, cuando menos, el arma oxidada que está en nuestras manos demandando limpieza.

El exceso de partidos ocasiona el caos de la vida democrática. Esto es: la partidocracia cuando enferma conduce a la anarquía y ésta, sin remedio, nos acerca al estado fallido. Por eso debemos tener prisa por modificar condiciones y reglas. No a los partidos, sí a la posibilidad de recuperar, primero, la soberanía popular mediante un gran movimiento en pro de los aspirantes independientes y, después, reconstruir el hoy deshilachado tejido social.
No es fácil, pero quien hable de imposibles mejor que pida otra nacionalidad ahora que está tan de moda escurrirse metiendo las cabezas al estilo de los avestruces.

Debate

Las sociedades cambian y los estigmas acaban por ceder. En el presente, por ejemplo, señalar y vilipendias a cualquiera por sus preferencias sexuales puede llevar a prisión como una ramificación de la intolerancia extrema que también es conclusión de la xenofobia –por la cual el “pato” Donald Trump debiera callarse o ser penalizado-, o el racismo que algunos creían extinguido pese a tantos casos de lo contrario.

Por el momento, los rostros en España han cambiado –y no hablo de la belleza de muchas de sus mujeres-, por efecto de la incertidumbre; como en México. Hay tristeza en los ojazos negros y verde y en los gestos de los caballeros de todas las edades. Bueno, hasta los jóvenes se han vuelto menos ruidosos acaso porque sus límites pecuniarios no les alcanzan para llegar a la euforia plena en donde se acostumbraba tomar para recordar y no beber para olvidar. Mejor no hacer n uno ni lo otro pero esto es cosa de cada quien.

Vi a una España más silenciosa y muy dolida por os jeroglíficos del futuro. Observé cierta prisa por adquirir las ofertas a sabiendas de que, sin remedio, la crisis política conduce a una severa represión económica. La ven venir, lo sienten y se asustan. ¿Cómo no hacerlo si los abuelos –los más longevos sobre todo- siguen refiriendo los horrores no de la guerra sino de la posguerra cuando un mendrugo significaba laborar doce o catorce horas por jornal? Este espejismo, que retorna a cada rato a las pupilas ahítas, los estremece por dentro aunque no saben explicarlo… pero eso no significa que dejen de hablar de cuanto significó el genocidio llamado “guerra civil”.

México tiene referentes más cercanos, no sólo los del siglo pasado, sino los horrores de Ayotzinapa, Tanhuato, Tlatlaya, Apatzingán y los de todos los días por infinidad de rincones de la patria. ¿Cómo no reflejarlos en nuestro perfil?

La Anécdota

Otro abogado mío, nacionalista español –casi monárquico aunque esta condición es absoluta-, me decía:

–Odio a los catalanes. Ellos son unos ingratos: han recibido todas las subvenciones imaginables de Madrid y ahora nos quieren dar una bofetada. Los aborrezco, de verdad.
Esperó unos segundos, prudentes, y luego noes extendió una invitación:

–Vamos a comer. Conozco un restaurantito estupendo que está de moda. Sirven comida catalana.

No pude reprimir la carcajada.

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