Rafael Loret de Mola – San Pedro Limón
*San Pedro Limón
*Marcas Asesinas
*Tiros al Pueblo
Por Rafael Loret de Mola
En los límites con Guerrero y Michoacán, en el occidente del Estado de México, desde hace una década cuando menos se ha establecido un cuadrángulo de la muerte en una región, además, en la que las cavernas son el sello distintivo. Arranca en Tejupilco de Hidalgo –es mala costumbre ponerle apellidos de héroes a los pueblos como Almoloya de Juárez, infamándolos después por distintas causas-, extendiéndose hacia Luvianos para bajar hacia Bejucos y seguir a San Pedro Limón y Tlatlaya para rematar en Amatepec. En todos estos sitios, el partido con más peso municipal y ganador de las elecciones es el de la Revolución Democrática.
En 2012, con motivo de la campaña presidencial, me cuenta un testigo directo que las multitudes recibieron a Andrés Manuel López Obrador como héroe, le colocaron guirnaldas al cuello y le hicieron recorrer varias calles entre el estruendo de las balas que se disparaban hacia el aire desde distintas camionetas llamadas “Lobo”. Concretamente, en Luvianos, el abanderado entonces de la izquierda unida fue acompañado por los alcaldes y por los personajes de cada sitio en donde, como curiosidad, las enormes residencias, entre el bosque, contrastan tremendamente con las reducidas casas de los agricultores porque, de acuerdo a los censos oficiales, esta porción mexiquense está dedicada a la siembra de granos básicos aunque, con el correr del tiempo, las actividades fueron variando; incluso entre los lugareños se acepta que entre las cuevas dominantes existen evidencias sobre laboratorios de refinación de cocaína.
Por supuesto se trata de un punto convergente entre tres entidades, ya mencionadas, en una ruta que parte de Zihuatanejo, pasa por Vallecitos de Zaragoza –en donde sepultaron clandestinamente el cuerpo casi desnudo de mi padre, Carlos Loret de Mola, en 1986-, y se extiende hasta Toluca y consiguientemente al Distrito Federal. Basta con observar un mapa para ir comprendiendo algunos de los sucesos de mayor calado que nos han marcado con el dolor y la impotencia que generan las injusticias y las desigualdades. Como dicen los militares: debe saberse leer los planos –no sólo los de guerra pero éstos especialmente-, para proceder en consecuencia y tomar posiciones claves. Por desgracia, el ejército mexicano ha convertido esta área en una especie de campo de batalla en el que, sin embargo, las alianzas soterradas y turbias prevalecen.
Bien se sabe que en San Pedro Limón, cerca de Tlatlaya, el 30 de junio de 2014, un comando militar ajustició a veintidós civiles alegando que se trataba de desmantelar a una “banda de secuestradores”. Luego se guardó silencio ominoso durante noventa días hasta que un semanario y la agencia de noticias AP difundieron fotografías de la masacre en las que se observan cadáveres de niños y el de una jovencita ante el muro de una bodega cerrada. Así procedían los imperialistas británicos en la India de Ghandi y actúan hoy los marines concentrados en la base de Guantánamo, Cuba, contra los talibanes en estos tiempos de lujurioso fundamentalismo.
Los mandos castrenses, entonces, pretextaron que un soldado había sido herido por lo cual debieron repeler la agresión. No fue así: es muy posible que el baleado hubiese sido víctima de las ráfagas intermitentes de sus propios compañeros quienes no cesaron hasta agotar las muertes. Veintidós civiles a quienes no ha podido confirmarse como delincuentes post-mortem cuando se cuenta, y tanto se presumen, con tecnología “punta”, bancos de huellas y voces, de ADN, para poder resolver cualquier enigma criminal.
Por si alguien no lo sabe debemos informarle que debajo de donde se construyó, en el sexenio de calderón, la Secretaría de Seguridad Pública, hoy extinta sin otro fin que poner un distintivo peñista como camuflaje, se excavó catorce metros desde la superficie para asegurar un búnker dispuesto para las reuniones del Consejo de Seguridad, encabezadas por el presidente de la República supuestamente aunque ni calderón ni mucho menos peña nieto se animaron a utilizarlo… salvo el día de su inauguración con un pomposo “jelipe”. Con todo este imponente instrumental –mismo que he atestiguado-, NO hay ninguna evidencia de que las víctimas de Tlatlaya, es decir de San Pedro Limón, tengan antecedentes como criminales o hubiesen desarrollado una “banda” para raptar a personajes adinerados.
El drama recula históricamente según la investigación de un acucioso reportero. Y así llegamos a 2008, en plena efervescencia calderonista –esto es antes del derribo del Jet LEAR en el que viajaba Juan Camilo Mouriño Terrazo, el “delfín” en apariencia-, cuando aún se negociaba para aglutinar a los grandes capos del narcotráfico en un solo mando, precisamente el de Joaquín Guzmán Loera “El Chapo” quien se dio el lujo de amenazar de muerte, en mayo del mismo año, al entonces gobernador mexiquense enrique peña nieto asegurándole que no llegaría a la Presidencia. Por eso fue prioritario capturarlo… aunque ya no estuviera al mando de la “Confederación de Sinaloa” dominada ahora por Ismael “El Mayo” Zambada quien traicionó al primero con el apoyo soterrado de ciertos mandos institucionales. ¿Alguien ha vuelto a saber de este personaje desde la caída del “Chapo”? La sola interrogante es una evidente denuncia.
Pues bien, en ese 2008, Miguel Ángel Granados Chapa, en su columna “Plaza Pública”, publicó lo siguiente exactamente el 9 de octubre, menos de un mes antes de la muerte de Mouriño:
“Al mediodía del lunes 18 de agosto pasado, el tianguis que se sitúa al lado del templo parroquial en San Pedro Limón, un poblado en el municipio de Tlatlaya, distrito de Sultepec, estado de México, fue interrumpido de manera brutal. Llegados a bordo de tres vehículos, una veintena de individuos con el rostro cubierto y con vestimenta de tipo militar disparó sus armas, AR-15 y AK-47 contra la pequeña multitud que trajinaba en el lugar. Murieron por lo menos 23 personas, niños y adultos, y decenas más resultaron heridas. No pareció que buscaran a alguien en particular, contra el que dirigieran su ataque. Su blanco era gente común y corriente, desconocida de los agresores. Se cree que no todos se marcharon al concluir su estúpida y sangrienta acción, sino que algunos de ellos se quedaron en la zona para tener control sobre lo que allí ocurriría”.
“Con ser excesivo, no fue eso lo peor. Rato después de la inesperada embestida, que dejó pasmados a los sobrevivientes, quienes no acertaban a decidir qué hacer, llegaron al lugar otros vehículos, esta vez ocupados por miembros del Ejército. Éstos retiraron los cadáveres, recogieron los casquillos y limpiaron la escena. Despojaron de sus teléfonos celulares a los espantados vecinos y visitantes y se las arreglaron para hacerles saber que era preferible que no se supiera nada de lo ocurrido. Quizá disuadieron también al personal de la agencia del Ministerio Público, incluidos agentes ministeriales, que supieron de los hechos pero no cumplieron sus funciones, pues no se inició averiguación previa alguna”. Hasta aquí el relato del columnista ya fallecido.
Por tanto, no era desconocido el lugar para mandos castrenses y capos que viven como reyes entre el bosque maravilloso, rebosantes de pinos, que les sirven de camuflaje aunque no lo necesitan porque los acuerdos se cumplen.
Lo terrible es que los partidos políticos, y todos sus líderes, parecen involucrados sin remedio.
Debate
Ojalá la historia terminara en este punto. No es así. De acuerdo a versiones de los pobladores y testigos de las masacres en la zona de alto riesgo mexiquense, desde tiempo atrás el teniente de infantería Omar Lugo León, acusado junto a otros cinco soldados de filtrar información a La Familia sobre el movimiento de los militares, encargó a un turbio personaje, José Alfredo Hurtado Olascoaga, reclutar a unos cincuenta lugareños como “soplones” para obtener datos precisos de los movimientos extraños. El pago no era cualquier cosa: ciento cuarenta mil pesos.
Según el teniente Lugo, conoció a Hurtado en Amatepec, durante un encuentro de futbol. Allí le propuso el plan anterior, pero no era la primera vez que el narcotraficante se encontraba cerca de los militares. Y de allí comenzó una cadena de subterfugios entre el ejército y los cárteles dominantes para asegurar la zona y mantenerla “fría”, lejana al alcance de los informadores y de los grupos no adherentes incluso dentro de la misma Secretaría de la Defensa Nacional. Tal fue conocido por el general colombiano, Óscar Naranjo Trujillo, a quien contrató el equipo de la campaña presidencial de peña nieto en 2012 precisamente para investigar antecedentes y presuntos riesgos a futuro. Obvio es decir que los superiores dentro de las instituciones mexicanas se incomodaron comenzando con el entonces general secretario, Guillermo Galván Galván, en apariencia muy entretenido durante las permanentes “tardeadas” que organizaba el alcohólico calderón en Los Pinos. Los costos están muy a la vista. Continuaremos.
La Anécdota
Luego de la matanza de Tlatelolco, en octubre de 1968, el general Marcelino García Barragán, jalisciense y al mando de los comandos en su calidad de Secretario de la Defensa, pudo dar un golpe de Estado contra el gobierno de díaz ordaz y, a cambio de eso, lo evitó salvando al régimen. Meses después de la tragedia, el propio general sentenció:
–Nunca jamás el ejército mexicano alzará las armas contra el pueblo.
Era una especie de expiación poco conocida. Pero en estos tiempos aquel propósito ha sido desplazado. Tengamos cuidado de que ninguno de ustedes, ni yo, seamos, sumariamente, identificados como parte de alguna célula criminal.