Rafael Loret de Mola – Ochenta y Seis Años
- Ochenta y Seis Años
- Competencia Armada
- El León cree que…
Por Rafael Loret de Mola
En el cumpleaños ochenta y seis del PRI, admitidas las anteriores acepciones, el PNR y el PRM como el mismo rol y no sólo precedentes, esto es el de partido de Estado bajo el supuesto de pulverizar a los caudillajes y con ellos las intentonas de golpes de Estado, observamos más la esfinge de Plutarco Elías Calles –de mayores dimensiones al grotesco amasijo de cobre que retrata al “padrodito” de los cincuenta Joaquín Gamboa Pascoe-, que las mantas “peñistas” cada vez menos defendibles. Y no es que el jefe máximo fundacional tenga gran actualidad sino que sus propósitos nunca fueron válidos ni llegaron a la praxis porque, de entrada, la plataforma creada por él fue una especie de refugio para extender su dominio sobre mandatarios títeres, sobre todo el infeliz y noble “nopalitos” Pascual Ortiz Rubio. (El apodo, de acuerdo a los cronistas de la época, era “por lo baboso”).
Es por demás curioso que la transición del Partido Nacional Revolucionario al Partido de la Revolución Mexicana con signos cardenistas, se diera como si se tratase de una mudanza de recámara dentro de la misma casa acaso para ampliar alguna pared porque ya no cabían en la otra los diplomas y reconocimientos de los vasallos. Y fue este, el PRM, el instituto que le permitió al general Cárdenas transformar el Maximato, exilio de por medio de Don Plutarco –villano para unos, sobre todo los adoradores de cardenales y obispos, o gran revolucionario para otros-, en presidencialismo que fue derivando en el esquema autoritario por ahora vigente pese a la vulnerabilidad extrema de quien lo ejerce.
En un principio, para justificarse, el PRI no sólo se dio el lujo de apropiarse en exclusiva los colores del lábaro patrio –esto es para señalarlo como la única opción nacionalista ante los “reaccionarios” de la derecha y los activistas ocultos del comunismo internacional-, sino igualmente se acreditó, durante siete décadas, la facultad omnímoda de señalar a los candidatos presidenciales convirtiéndose bajo tal esquema en una especie de secretaría de Estado, la electoral, limitada a la jefatura sexenal del mal llamado “primer mandatario”. Una gran parafernalia para simular la “democracia” de un solo hombre. Y con este cuento infame crecimos las actuales generaciones veteranas.
Fue, en esencia, bastante ridículo cubrir el requisito electoral cuando, de antemano, ya todo estaba resuelto a favor del invencible a quien protegían, sólo a éste, los miembros del Estado Mayor Presidencial al tiempo de que declinaba la luz del mandatario vigente. El “futuro” había llegado y su primer acto de gobierno era, claro, deslindarse de su antecesor para simular que los errores imputados a éste serían superados por obra y gracia de la nueva arribazón de políticos, todos ellos formados en el régimen predecesor al que debían renunciar para poder continuar en la escala jerárquica. Y todo ello bajo el peso de una suprema voluntad, monárquica más que republicana, so pretexto de ser guardián no sólo de las instituciones sino del país en su conjunto y, claro, de una soberanía “popular” que únicamente “interpretaba” el sentir colectivo sin ninguna otra intervención.
La hegemonía priísta –en realidad una dictadura disfrazada con la anuencia de un sistema “cortado”, cual si se tratase de un sastre y sus telas, a “la medida” de los mexicanos-, fue exaltada como símbolo glorioso de la estabilidad del país aunque las tinieblas no permitían observar, a fondo, los tentáculos de la corrupción que fueron creciendo a la medida de las ambiciones de los distintos mandatarios y sus respectivos grupos de aduladores. Quien se salía del huacal era irremisiblemente condenado al ostracismo y a la banca… de los políticos en desgracia.
Y los mexicanos se distraían, como en un casino con grandes apuestas iniciales, semblanteando a los “presuntos” con deseos de llegar a convertirse en “el preciso”, términos todos ellos que brotaban del “tapado”, la genial caricatura de Abel Quezada que se convertiría en un sello inconfundible del establishment. Nos decían que era muy importante acertar para tener la posibilidad de vivir “dentro del presupuesto” y no “en el error”; maravillosa conjunción de hipocresías sin más sostén que las complicidades.
De la misma manera se dio la sencilla transición, y no menos curiosa, del gobierno militar –cuyo finiquito se dio con el general Manuel Ávila Camacho cuyo hermano Maximino elevó la inmoralidad pública hasta los crímenes impunes como si retrocediéramos a las gavillas posrevolucionarias o a los fanatismos como el de los cristeros que dieron cauce al asesinato de Álvaro Obregón Salido-, al civil, encabezado el primero por Miguel Alemán Valdés que consideró el desarrollo de la nación con el suyo propio –comisiones jugosas de por medio-, aunque comenzando a levantar la conciencia cívica como bisoña reacción a las inmoralidades del círculo mandante:
–¿Ves a ése? –preguntaban los veracruzanos al paso del hijo del presidente “germano”-. Allí va el hijo de un ladrón.
Así lo resalta la crónica de aquellos tiempos turbulentos en los que se instrumentó una cadena de complicidades que Adolfo López Mateos resumió en un proverbio incontestable:
–Cada mexicano tiene metida la mano en el bolsillo de otro mexicano… ¡y pobre de aquel que rompa la cadena!
Sistema, en fin, basado en el fascismo más refinado mientras en la España franquista se asesinaba a los opositores bajo el lema del abyecto “caudillo”: “sin para que haya paz debemos eliminar a la mitad de los españoles, ¡lo haremos!” En México bastó con la inteligente adaptación general a las reglas del juego con los más pobres esperando las migajas del paternalismo y los ricos haciendo negocios jugosos con los políticos: Alemán, por ejemplo, cuyo último informe fue el primero en transmitirse “a control remoto”, bien se sirvió con las acciones que le brindó Emilio Azcárraga Vidaurreta para formar parte entrañable de Telesistema Mexicano, la actual Televisa.
Las mafias se apropiaron hasta del aire –con concesiones radiofónicas a los mayores cómplices del establishment-, sin alterarse la pirámide que en su cúspide tenía al presidencialismo y en su base a millones de mexicanos con la única esperanza de que, en la campaña siguiente, pudieran obtener el gran botín: un equipamiento deportivo, o para una banda de guerra que saludaba a los próceres visos de la Revolución –los llamados “mandatarios” la antítesis de lo que en verdad eran-, a su paso mientras caían infinidad de papelillos, verdes, blancos y rojos desde los techos de las casonas de cada pueblo. Los humildes recibían su torta y un refresco. La división de clases llegó al extremo y se pretendió que siguiera así hasta el infinito.
Desde entonces tres sucesos marcaron la historia:
1.- La reforma política reyesheroliana que aseguró el mantenimiento del PRI hasta el 2000.
2.- La calculada derrota del partido oficial para dar paso a doce años de continuismo, más bien parálisis, en los que se recrudeció la violencia hasta los niveles que ahora sopesamos todos los días.
3.- El retorno del PRI a Los Pinos, visto como la victoria de la anti-historia –jamás se había reculado al grado de reimponer una dictadura indeseada doce años después de haber sido repudiada-, con la oferta de que quedarían atrás las mafias y una “nueva” mentalidad asumiría los desafíos de la “democracia”.
Bien sabemos lo que ha sucedido con peña nieto. No sólo regresaron las mafias de siempre sino se acrecentaron mediante grupúsculos que han cedido acciones y poder a las fuerzas castrenses mientras se vende el país, sí, a mejor postor. Es el momento más trágico de la larga historia de amoralidades bajo los gobiernos de este partido de más de ochenta años, casi nonagenario.
No apuesto por el fin del PRI sino porque los mexicanos abran, definitivamente, los ojos. Sólo existe una fórmula, como expusimos apenas ayer: CERO COBARDÍA. Porque si con miedo no puede gobernarse, con ostracismo aterrado no es posible derrotar al enorme gigante de la corrupción. ¿Quién se atreve a lanzar sus felicitaciones a los priístas de hoy con tales antecedentes irrebatibles y sin ningún ex presidente en la cárcel, ni los panistas continuistas siquiera?
Debate
No aguanto la risa a pesar de lo dramático de la situación. Durante años he denunciado que el mejor negocio entre socios prestanombres y políticos de cuello blanco ha sido el contrabando y venta de armas. Les he dado un nombre, el del gran beneficiario: Jaime Camil Garza, padre del actorcito, en cuyo palacete de Acapulco los presidentes que van pasando se divierten y cierran operaciones. Nunca me han desmentido ni nadie se atreve a encararme por la denuncia formulada. Es un hecho y ya tiene fe pública.
Mis carcajadas no son, sin embargo, por esta tragicomedia sino por otro hecho conectado al anterior: el canciller, José Antonio Meade Kuribreña, para justificar la decisión unilateral del señor peña nieto de franquear el paso de agentes extranjeros armados a nuestro territorio, declaró que con ello se intentaba “generar espacios de competitividad para la región norteamericana”. Por ello debemos entender que sólo las corporaciones policíacas de Canadá y Estados Unidos tendrán ese privilegio como si fuese una condecoración por sus “útiles” servicios, ya de muchos años, en la persecución de los “capos” que caen en desgracia sin que disminuyan las “exportaciones” de droga hacia el norte en un solo gramo. Llegan las mismas eso sí con un mayor rastro de sangre.
Lo de la “competitividad” en este renglón da mucho de qué hablar. ¿Habrá juegos de guerra al estilo de la ficción cinematográfica de los “del hambre”?¿Será ocasión para que desarrollemos una industria armamentista, con capital estadounidense me imagino, para surtir las nuevas aventuras bélicas que ya se gestan en la Casa Blanca –la de Washington, se entiende-? Lo que es evidente que los mexicanos no alcanzaremos el mismo privilegio si bien, desde hace años, bajo la férula de miguel de la madrid, el célebre general Ramón Mota Sánchez, al frente entonces de la policía del Distrito Federal, nos instó a “cuidarnos solos” porque las corporaciones del “orden” no eran capaces de colocar a un genízaro detrás de cada ciudadano. ¿No es una flagrante contradicción?
Me pregunto si los expansionistas armados de otras tierras no nos agarrarán dormidos en nuestros laureles, como cuando Mesoamérica fue ocupada por la corona hispana, o durante alguno de los “emocionantes” partidos… de fútbol.
La Anécdota
Viejo refrán que sigue teniendo validez: “cree el león que todos son de su condición”. Lo digo porque el mismo día en el que se cayeron mis cuentas de redes sociales aparecieron mensajes en los cuales se me señalaba como un inversionista exitoso en Yucatán. Si así fuera, para empezar, estaría cuidando tales intereses y no los de mis lectores a quienes tanto agradezco su solidaridad. Se trata, claro, de una infamia. Les cuento:
Una familia, con escasos vínculos sanguíneos con la mía, conocida como los “Mola” desde tiempo atrás, optó por colocarse el patronímico “Loret de” durante la gestión como gobernador de mi padre. Gracias a ello, engañando a quien pudieron y casándose convenientemente con ricachonas, lograron obtener concesiones que en nada me beneficiaron ni lo hubiera permitido. No tengo trato alguno, mucho menos amistad, con ellos y ni siquiera conozco sus nombres de pila.
Para decirlo claramente: NO SOY DUEÑO DE NINGUNA GANADERÍA DE BRAVO, NI ACCIONISTA DE CONSTRUCTORAS EN CANCÚN QUE TRAFIUCAN CON LIOS EXECRABLES “VERDES” QUE DOMINAN LA REGIÓN NI, MUCHO MENOS, CONCESIONARIO DE GASOLINERAS NI MIEMBRO DEL DEPLORABLE GRPO LODEMO QUE INFAMA MIS APELLIDOS.
Lo digo para cerciorarme que los peñistas ardidos sigan infamándome con ello. No soy igual a ellos; yo estoy limpio, peña y los suyos no. Y esta diferencia es mortal a los ojos de la opinión pública. Ahora respondan los esbirros del “nuevo PRI”. Cobardes, mentirosos, mafiosos.