Rafael Loret de Mola – Industria Próspera

RAFAEL LORET DE MOLA

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Por Rafael Loret de Mola

Rafael-Loret-de-Mola-Industria-PrósperaEn el primer semestre de 2011, la entonces Secretaría de Seguridad Pública, misma que desmanteló el peñismo para convertirla en una mera Comisión adherida a la Secretaría de Gobernación –con el viejo esquema de la terrible Dirección Federal de Seguridad de infeliz memoria-, se preocupó por exhibir sus logros ante la mala imagen de la misma por la crecida de la violencia, sobre todo, y las señales evidente de una corrupción en apariencia imparable y en crecida. 

En esta condición, el subsecretario Francisco Javier Niembro Cibrián, representando al titular de la dependencia, Genaro García luna –quien permanece, para burla de los mexicanos, “en algún lugar de Florida”-, accedió a guiarnos, a un grupo de empresarios, artistas y periodistas, por las dependencias sitas en la Avenida Constituyentes, exactamente en donde antes recibían los secretarios de Desarrollo Social, entre ellos el victimado Luis Donaldo Colosio. 

(Por cierto, Niembro, uno de los operadores del panismo en cuanto a la célebre “guerra de calderón”, pasó a ser diplomático y representa a nuestro país en Qatar desde diciembre de 2014; una misión alejada del territorio nacional para evitarle molestias o ser motivo de indagatorias bajo la presión de los medios tan olvidadizos. El apunte, además, valida los acuerdos soterrados entre la anterior administración panista y la actual, priísta, destinados a tapar los graves agujeros legados por las mafias políticas y criminales). 

Fue el caso que Niembro, según percibí, hizo cuanto estuvo a su alcance para evitarme durante el recorrido a cambio de que yo me acerqué a él y no dejé de marcarlo hasta provocar cierta impaciencia en él. Así las cosas, Niembro nos presumió de un banco “de voces”, mucho más útil que el de “huellas” según nos dijo, porque la mayor parte de las extorsiones y negociaciones se realizaban por teléfono y, al grabarlas, era factible identificar a los responsables de amenazas o a los siniestros facinerosos sádicos dispuestos a “vender” los órganos de sus víctimas mientras reunían el capital solicitado por sus vidas. Macabro, como suena. 

Pues bien, recuerdo que una de mis interrogantes, cuando descendimos catorce metros desde la superficie para introducirnos al célebre búnker –allí me confesó que también en Los Pinos se había habilitado otro para la seguridad del presidente, en esos momentos calderón, y sus familiares, sin que se tuviera informe alguno sobre el particular-, fue sobre si existía un “banco” similar de voces de narcotraficantes, el flagelo mayor y que había dado lugar a las batallas inútiles con sumas de decenas de miles de muertos; inútiles, sí, porque el mercado de las drogas en los Estados Unidos no habría sufrido merma alguna. 

Niembro, un tanto descuadrado y hasta susceptible, respondió que no porque apenas estaban comenzando a integrarlo a pesar de la gravedad existente por la extensión de los cárteles y la cada vez más frenética actuación de los sicarios; eran los días en que aparecían cadáveres sobre los cruceros y en Monterrey solían darse bloqueos casi diarios para desquiciar a la urbe, estrategia que se preveía podía llegar a la ciudad de México como una advertencia a la Presidencia de la República. Lo cierto es que calderón se blindó con mil doscientos soldados, bastantes más de cuantos combatían, en el norte, contra Los Zetas y el Cártel del Golfo. 

El búnker aquel, que me hizo recordar la arquitectura de la NASA con grandes ventanales para observar el movimiento de los operadores aunque el programa espacial estuviese interrumpido –a diferencia de ello, en aquel lugar subterráneo sólo uno o dos personas se movían como parte acaso de la representación-, no parecía tener uso práctico y, de hecho, sólo había sido visitado por el mandatario federal une vez, al inaugurarlo, si bien se guardaba su silla como si se tratase de un trono en el que me senté brevemente ante los ojos descuadrados del anfitrión; yo me reía por fuera cuando me dijo, tímido, que nadie podía utilizarla salvo el jefe de las instituciones nacionales. Una solemnidad absolutamente idiota. 

Nada excepcional, ni siquiera porque la mayor parte del grupo quedó impresionada del potencial atesorado si bien en los hechos poco se cubría y no podían darse resultados precisos acerca de las supuestas mejoras. Eso sí: la construcción fue millonaria y en ello metió la mano la inefable Alejandra Sota Mirafuentes, la vocera de aquel mandatario que ahora, fuera de la Presidencia, recorre a sus anchas los territorios en poder de los narcos. ¿Simple coincidencia? Bueno, hasta su hermana es candidata al gobierno de Michoacán, por segunda vez –y tercera familiar si consideramos la intentona del propio felipe quien quedó en tercer lugar-, y sin que se detenga en las zonas de mayor conflicto en donde pasa sin el menor agobio. Ustedes dirán. ¿Valor desbordado o simplemente un acuerdo soterrado?

Viene todo esto a colación porque el comisionado nacional “antisecuestro”, Renato Sales Heredia –proveniente de una familia ligada a estas cuestiones, sobre todo su padre, Renato Sales Gasque, ex procurador del Distrito Federal entre otros cargos de la misma naturaleza-, aseveró que, en este momento, existen un centenar de personas secuestradas por distintas bandas criminales; además, un tanto para explicar la escasa eficacia del poder público al respecto, reconoció que, cuando menos, catorce por ciento de las víctimas eran ejecutadas aunque bien se guardan de divulgarlo para no escandalizar y distraer todavía más a una comunidad crispada. 

Entonces, ¿han servido o no las inversiones para perseguir a los raptores infames quienes operan gracias a las intervenciones policiacas o la infiltración de agentes a sus centros operativos? Los indicativos en la materia son negativos, tanto que, por ejemplo, quienes se jactaban de tener valor para encarar a quienes los provocaban o vilipendiaban no lo han tenido para explicar circunstancias y perfiles de sus secuestradores luego de un sufrimiento indecible extendido a varios meses. Uno de los pocos que sí lo ha hecho es mi amigo Eduardo García Valseca, hijo del célebre Coronel fundador de la mayor cadena periodística de Latinoamérica hoy en manos de los herederos del gran prestanombres de Echeverría, Mario Vázquez Raña recientemente fallecido sin que muchos se condolieran salvo los serviles de siempre. 

Un ejemplo, ¿por qué sigue callando Diego Fernández de Cevallos, liberado en diciembre de 2010 luego de siete meses de suspenso que, por supuestas peticiones de su familia, fueron pasando sin información alguna como si se tratara de un fantasma… hasta que apareció, muy pulcro y luenga barba blanca, a las afueras de su casa metropolitana? No entiendo cómo un personaje de su talla, caracterizado por bravucón y hasta insolente, optó por el silencio acaso para proteger a algunos militantes de su partido, probablemente relacionados con el mismo. ¿Cobardía o acuerdo de altos decibeles? Conociéndolo, las dos cosas. 

Diego todavía puede desenredar la maraña y hacerlo por amor a quienes viven experiencias semejantes pero jamás tendrán la repercusión que ofrece Fernández de Cevallos. Hace unas semanas le vi en los toros, al lado del alcohólico gobernador de Aguascalientes, Carlos Lozano de la Torre, y casi corrió al verme alegando:

–Me voy rápido antes de que comience la “chifliza”. 

Bien conoce de su estatus y su prestigio, tanto que ni siquiera cuida las formas y se deja ver en el balcón de los priístas en la Feria de San Marcos. Esperaba yo que el público hidrocálido exhibiera a los farsantes, como el mandatario local, que habían propiciado la reventa escandalosa y se sentían muy orondos en sus sitios. Ningún respeto hacia la multitud ni de ésta a sí misma. 

Por eso continúan los secuestros; porque se calla ante la sensación de un poder demasiado fuerte, superior, que aterra y silencia… hasta el otrora “gallito” Diego.

Debate

Se mantiene el debate, porque predominan las tesis oligarcas, sobre si las empresas de comunicación, las que tanto medran con el esfuerzo de sus reporteros y directores, tienen el derecho o no de censurar información, debidamente cotejada –esto es no “voladas” como se dice en el argot para señalar a las notas fantasiosas que llenan espacios cuando no hay otro “remedio”-, en detrimento del derecho de los periodistas a acceder y difundir la noticia que capturan y ganan.

Es evidente que la censura no debiera ser pretexto, en ningún nivel, para proteger los intereses corporativos.

Es más, cuando se respete a los informadores las empresas no tendrán que explicarle a sus “clientes”, los patrocinadores de tal o cual espacio, las razones por las que se difunden hechos aun con afectación de los intereses de los anunciantes o de los amigos de la empresa o, peor aún, de las fuentes del poder, incisivas como degradantes. Este es el centro del debate sobre la postura de mi amiga Carmen Aristegui cuyo derecho a ser portavoz es tan mío como el de cualquier profesional honrado. 

No niego que Carmen, en su profunda vocación, caiga en algunas contradicciones como cuando se indignó al atestiguar cómo un periodista competidor, de Televisa, había logrado penetrar las aparentemente inexpugnables tuberías del drenaje de Culiacán y las habitaciones de “El Chapo” Guzmán en Mazatlán, con el auxilio de la Marina. ¿Y a qué otra dependencia se hubiera podido acudir si era ésta la que tenía el control de la zona restringida? Ella lo sabía y, sin embargo, pretendió presentar tal reportaje como derivación de una componenda amoral. No fue así: ella hubiera hecho lo mismo si se le ocurre. Lo apuesto porque la conozco. 

Pese a lo anterior, mi respeto hacia ella crece. Su diferendo con la empresa Multivisión, que recibe canonjías desde Los Pinos, es un esfuerzo para ampliar las garantías de los informadores ante el poder. Y lo agradezco profundamente. 

La Anécdota

En junio de 2011 Carmen Aristegui y yo sostuvimos un diálogo, algo ríspido, sobre la figura de Pablo Salazar Mendiguchía, el sátrapa chiapaneco que ahora es testaferro de Andrés Manuel de modo inexplicable, y de pronto puso sobre la mesa una artículo firmado por mi hijo mayor en El Universal en donde hablaba de una carta anónima presuntamente presentada por el entonces mandatario de Chiapas, Juan Sabines Guerrero. Era una manera de contrapuntearme ante las acusaciones irrevocables contra Salazar y, además, sin mayor fondo.

A la salida del estudio, sin perder la sonrisa, le dije:

–Carmen… eso fue una trampa pero la libré.

–No, Rafael. Si no te pregunto eso me habrías reprpbado tú como periodista.

Nunca lo habría hecho porque ella es y será siempre un orgullo del periodismo mexicano; pero es humana y está muy bien cotizada.

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