Rafael Loret de Mola – Grandes Hipocresías
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Por Rafael Loret de Mola
En la perspectiva inmediata tenemos a un presidente enfermo –sometido a tres cirugías en los últimos cuatro años, además de constantes ingresos al Hospital Militar por horas, precisamente desde la extirpación de los nódulos tiroideos el 31 de julio de 2013, y a dos precandidatos a la Presidencia, precisamente los de izquierda, Andrés Manuel López Obrador y Miguel Ángel Mancera Espinosa, con sendos infartos como una carga que los limita y coloca en serio riesgo. En cualquiera de las democracia en el mundo, tales males serían suficientes para marginarlos de la carrera presidencial porque es obvio que para ejercer el cargo es indispensable una salud de hierro, estar al cien por ciento –cuando menos al inicio de la gestión porque es inevitable el deterioro posterior- y con la mente muy clara para tomar decisiones.
Al salir, el domingo 28 de junio, del Hospital Central Militar, tras ser sometido a una cirugía por el método de lamparocospía, esto es abriendo un pequeño conducto para extraer la vesícula biliar de acuerdo a la versión oficial, el presidente peña nieto dejo sentirse con mucho ánimo y aseguró, además, no padecer ningún otro mal aunque se observara un franco deterioro en el rostro del mandatario imposible de disimular. Luego se haría más evidente la demacración en los actos oficiales con los Borbones de visita en un país que repudia la historia de los mismos; no se confunda: España no es la monarquía en la que ni siquiera creía Letizia Ortiz Rocasolano, la reportera del extinto Siglo XXI de Guadalajara quien nunca fue comedida al pronunciarse como republicana más de una vez. La actual reina prefiere olvidar como si pudiera darse una patada al pasado soslayando hasta las ideas.
Pues bien, al presidente peña le hace falta demostrar lo que dice por cuanto a que su salud no entra en el terreno de la intimidad dada la función que desarrolla como jefe de Estado y de gobierno de un país en estado de alerta económica y castrense, por cuanto al desarrollo de los cárteles y la consiguiente violencia y el parecido de los mismos con los alacranes de Durango: si los matas de un pisotón cientos de pequeños rastreros se expanden por doquier listos para introducir su veneno en las pieles de los seres humanos.
El señor peña no demuestra, ni parece interesarle gran cosa, los diagnósticos recibidos durante los últimos años, pero tres operaciones en cuatro años no son precisamente para sentirse en “buenas condiciones”, máxime que además las “consultas” se recrudecen y multiplican cuando, en su calidad de presidente y como comandante supremo de las fuerzas armadas, podría contar con el privilegio de ser visitado en su domicilio, en la impenetrable heredad de Los Pinos, con mucha mayor discreción y sin correr el peligro de ser visto y fotografiado en uno de sus tantos periplos por los nosocomios. Si lo hace, claro, es porque requiere algo más que una simple receta o una auscultación superficial.
Sí, el asunto es grave porque, además, es evidente la falta de irrigación cerebral que le hace caer en constantes y penosas lagunas mentales. Me niego a considerar seria la teoría de una ignorancia supina sobre temas como la geografía nacional, esto es nombres de capitales y entidades, cuando se ha recorrido toda ella, en la campaña presidencial por lo menos, además de los cursos elementales en la Primaria. Da pena ajena observar cómo se descompone, a cada paso, y comienza dar vueltas sobre las tarimas haciendo un esfuerzo para que le vengan a la mano las palabras claves: Guanajuato, Jalisco, etcétera. Sufre de verdad según el testimonio de cercanos personajes que le han visto en estos trances en los que incluso llega a extraviar la mirada tratando de concentrarse y evitar el inevitable ridículo. No ha sido una sola vez, lo que sería un traspié, sino en reiteradas ocasiones de la mayor envergadura. Menos mal que no olvidó dónde se sitúa Madrid, bien asesorado, en ocasión de la visita de los reyecitos hispanos –con coronas tambaleantes-, a este suelo tan hollado por sus ancestros. No la nación, insisto, porque esta comenzó en el momento en que los sucios invasores de allende el océano retornaron, cargados de oro y plata, a sus heredades europeas. Hablamos, claro, de 1821.
Los asesores del mandatario le han recomendado no sólo el mayor reposo –por lo cual su agenda apenas cubre lo realmente indispensable-, sino evitar las improvisaciones repentinas durante sus arengas populares debiendo cernirse a los textos previamente elaborados; pero, en ocasiones frecuentes, se sale del guión y es entonces cuando balbucea y se equivoca, una y otra vez. No está bien y él lo sabe pero pretende que sus escuchas no lo perciban aparentando, con bromas repetitivas, una serenidad que no tiene al error constantemente dándole al juego una salida jocosa e inverosímil que causa un mayor escozor. Repito: no ha sido sólo un tropezón sino decenas de ellos en pleno deterioro de su propia imagen.
Considerar que tal es por motivo de una incultura monumental o de ausencia de inteligencia parece ofensivo igualmente para los millones de mexicanos, más de diecinueve, que votaron por él sin percatarse durante las giras proselitistas de sus yerros, entusiasmados por las despensas y los monederos o atraídos por su supuesta galanura. Finalmente, la gran comunidad nacional se sintió seriamente afrentada por su incapacidad notoria, sus vaivenes, sus reformas con tendencia a beneficiar a los aristócratas nacionales y a los consorcios extranjeros a costa de los mexicanos atados de pies y manos.
Pero no es sólo la enfermedad de peña lo que obliga a recapacitar sobre la necesidad de su retiro sino, a la par de sus males, la evidente ilegitimidad política de su mandato; el ochenta y cinco por ciento de los ciudadanos de este país han expresado su repudio al personaje: entre ocho y nueve de cada diez lo que, en ninguna democracia, puede sostenerse. Y es esto lo que convierte en alarmante la situación porque ha dado paso, sin duda, a una rebatiña entre diversos círculos políticos que rodean al presidente.
Por ejemplo, el casi desempleado Manlio Fabio Beltrones –se quedará sin trabajo al concluir la actual Legislatura el 31 de agosto próximo por cuanto tiene menos de dos meses para pensar en su futuro-, no está cierto de ser incluido en los planes de un mandatario guiado por la trinca demoníaca: el mencionado Nuño Mayer, luis videgaray caso, secretario de Hacienda, y el general Salvador Cienfuegos Zepeda, de la Defensa nacional, con funciones que rebasan el ámbito de la institucionalidad. Esto es, desde luego, el mayor de los riesgos para el futuro de la nación que ya vive en una especie de dictadura civil-castrense simulada que puede canalizarse hacia un mando militar concentrado como ocurrió hasta 1946 con la elección del primer presidente “civilista”, el abogado Miguel Alemán Valdés. Ya casi hace setenta años –los mismos que mantuvo el PRI su hegemonía hasta su caída en 2000-.
No se trata de ser pesimista hacia el futuro sino de sopesar todas las posibilidades. La ciudadanía debe estar, como nunca, bien preparada para afrontar su grave responsabilidad política: evitar, a cualquier costa, que los cambios sean para mal y no se ofrezca más salida a los mexicanos que someternos a las botas militares o a un continuismo del presidencialismo fusionado con la partidocracia, dos males en uno, que asfixian el porvenir.
Nadie quiere tal cosa para México. Insisto: la presión civil debe ser de tal fuerza que el Congreso no pueda sino señalar, en caso de una licencia definitiva del actual mandatario –algo no poco probable-, a un substituto sin militancia partidista visible, cernido a los intereses sociales y con liderazgo incipiente entre la comunidad nacional; además, con sabiduría suficiente para enfrentar a los graves desafíos que se interpondrán en su camino. ¡No al golpismo! Ni disfrazado. ¡Sí a la ciudadanía!
Es hora de recuperar la ruta aprovechando la situación endeble de peña y de dos de los precandidatos presidenciales –uno de ellos, Mancera, estuvo “muerto” en el quirófano y fue, de hecho, revivido-. No se puede gobernar, en una situación tan seria y coyuntural como la actual, sin contar con todas las facultades físicas y mentales para ello. No queremos a un alfeñique de azúcar ni a un gorilón como los de mediados del siglo pasado. La historia debe superar los sucesos ominosos y escribirse con el calor proveniente del valor de los mexicanos.
Debate
Entre 1874 y 1884, cuando el Coronel Ramón Corona Madrigal, sinaloense, fue designado como Enviado Especial y Ministro Plenipotenciario de México en España por el entonces presidente Sebastián Lerdo de Tejada. Reinaba en aquellos lares Alfonso XII quien había contraído segundas nupcias con María Cristina de Austria, si bien abandonada por su marido por las múltiples aventuras de faldas de éste. Fue entonces cuando se observó al Coronel Corona entrar, a determinadas horas cada día, a los aposentos de la Reina en el Palacio Real.
Cuando, al fin, el Coronel Corona se marchó de Madrid, a finales de 1884, el rey ya estaba enfermo de cólera y era, por ende, imposible que mantuviera alguna relación con su mujer quien, sin embargo, no ocultó estar preñada en el trance final de monarca quien fallece en los primeros meses de 1885 sin conocer a su heredero, quien sería Alfonso XIII –y de gran parecido con Corona-, quien reinaría antes de nacer. Mientras tanto, el Coronel Corona, en México, duró muy poco: en 1889 fue brutalmente apuñalado por Primitivo Ron Salcedo, un sicario enviado por la Corona española. No se dieron más detalles.
Sumando los hechos, es claro que Alfonso XIII fue fruto de los amores impíos de la Reina con al enviado mexicano quien cumplió así su más alta misión: la reivindicación de los mestizos en el vientre de la altísima aristócrata hispana abandonada por su consorte, el Rey, cuyo mal, en grado terminal, le debió impedir embarazar a su consorte quien, a su vez, pagó con “fineza” las infidelidades reales. Tal es la crónica de los hechos que no quieren reconocer en la Corte española.
Con la visita de los Borbones a México debieron actualizarse tales datos. Y, cuando menos, permitirse a su bisnieto visitar la tumba de su verdadero padre, en Sinaloa, aunque algo se acercó al llegar a Zacatecas. Felipe VI es tan mexicano como felipe calderón aunque éste sea un pésimo ejemplo.
La Anécdota
Los aficionados al futbol andan furiosos. No sólo cambiaron las camisetas de la selección nacional –de verdes a negras- sino que, ante las continuas muestras de impotencia de los jugadores, ya se les quiere cambiar el mote de los “ratoncitos verdes”, bautizados así por un cronista maledicente, Manuel Seyde, ante los fracasos de quienes portaban el “uniforme nacional”.
–¿Y cómo los llamaremos ahora? –me preguntaron-.
–Siguiendo la lógica no son sino “los piojos negros” hasta que ellos digan lo contrario.
Les dejo la propuesta.