Rafael Loret de Mola – Cuestión de Género
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Por Rafael Loret de Mola
Por todo el planeta crecen los movimientos en defensa a las mujeres y se explica que una de cada tres en el mundo ha sufrido violencia doméstica o como consecuencia de su sexo; en México el nivel, de acuerdo a los grupos pintados de azul –el color no da buena espina en el campo político-, es todavía más grave; una de cada dos y el cuarenta y tres por ciento de las agredidas fueron víctimas de sus parejas. Es terrible, de verdad. Pero la estadística no está completa en este mundo revuelto y contradictorio en el que penden los valores de las circunstancias y las modas que, tantas veces idealizan o socavan algunos elementos de la convivencia humana.
Sobre el particular podría comentarse que los heterosexuales no celebran su día del “orgullo” a cambio de que los homosexuales y lesbianas tienen el suyo para seguir avanzando en su proclama de derechos. Alegan éstos que es su respuesta a los tantos años de opresión y rechazo social; pese a ello, aun con los rencores atávicos –digamos los de las colonias negras estadounidenses que se creyeron vencedores a la hora de acceder uno de los suyos, afroamericanos se hacen decir porque mencionar su color es considerado un acto racista, a la Casa Blanca logrando el milagro de convertir su conciencia y su alma en una prolongación de sus antiguos explotadores blancos-, no debemos condenar al presente por las huellas del pasado algunas de ellas borradas para siempre.
Los movimientos emancipadores de las damas han rendido frutos excepcionales: primero para lograr la necesaria igualdad jurídica y académica –todavía hace un siglo les estaba vedada la posibilidad de ingresar a la universidad, cual s se tratase de seres inferiores y por ende incapaces de desarrollar sus intelectos en muchas ocasiones en mayor proporción que los hombres-, y después para alcanzar mayor potestad en sus hogares alegando que sus consortes abusan de s fortaleza para someterlas. Solamente que se observan las malas yerbas y no el bosque en donde la convivencia, en el hogar y entre los demás, es necesaria pero se hace cada vez más difícil por los temporales que destruyen y arrasan con el amor, primero, y con la razón después. ¿O existe alguna pareja que se inicie como tal que proyecte los infiernos hacia donde arriban cuando sus intereses, vivencias y pasiones se contraponen?
Si es difícil, y mucho, ceder buena parte de la libertad por aceptar el fuego hogareño o integrarse a una sociedad ajena, cuánto más lo es el conflicto de intereses que genera las supuestas armaduras jurídicas con las que la amenaza se convierte en degradación hasta el punto de sepultar dignidad y honra en la búsqueda de una mayor equidad de género o de un mejor equilibrio social. A los poderosos, los grandes empresarios y especuladores, les aterra este tema porque se sienten vulnerables ante la razón e invencibles en un mundo tejido para ser ellos los privilegiados exclusivos de los placeres más exquisitos.
Y de allí la penosa cuesta para intentar alcanzar nivel comunitario sin ser aplastado por el anonimato. Pero, ¿alguien ha estudiado acaso cuáles el porcentaje del colectivo que puede salir del oscuro e intricado pasillo de la medianía, incluso de la mediocridad señalada por quienes se sienten superiores por haber obtenido una herencia, así se trate de una legión de inútiles ensoberbecidos, sin tener que trabajar salvo cuando levantan el auricular para dar instrucciones matutinas a sus correderos de Bolsa? Es, desde luego, bastante menor al reconocido para las mujeres violentadas, más en su domicilio que en ninguna otra parte, por el machismo equiparable a las conductas de los animales.
Pocas veces se piensa, y nunca jurídicamente, en el reverso de la medalla. Muchas veces me he preguntado cuál es la agresión mayor: un golpe atestado por un instante de rabia o un manojo de ofensas, siempre dirigidas a lo más sagrado de la contraparte, que envuelve la disputa familiar en sendas trincheras de odio que van autodestruyéndose hasta desaparecer bajo el sambenito de “rehacer la vida”, renunciando a la que se tuvo. En estos casos nunca se plantea si no es mejor continuar por el sendero superando los obstáculos; conozco los casos de buenos amigos que, al pasar dos o tres años, siguen sintiéndose ofendidos pero no pueden expresar cómo o por qué se dieron los enfrentamientos pues, sencillamente, fueran tan superfluos o circunstanciales que la memoria los borró.
Veamos detrás de los balcones, acaso desde el propio. Una madre golpea a su hijo por una nimiedad; el padre sale en su defensa; la señora se enfurece porque se le resta autoridad y el marido opta por no hacer más grande el caldo; la mujer, histérica, intenta agredirlo con cualquier cosa –ni siquiera podemos imaginar los objetos que pueden usarse como armas, hasta un tenedor-, y el hombre intenta sujetarla. Ella grita, la escuchan los vecinos y llega el conserje; minutos más tarde, la policía toma cartas en el asunto y se lleva al fulano detenido, alejándolo definitivamente, muchas veces, de su hogar. Este relato es real y sucede, una y otra vez, en los llamados países primermundistas en donde la legislación protectora de la integridad de las mujeres ha resultado un arma mucho más eficaz que el cinturón de los patanes para imponerse a la mujer que esgrime un cuchillo. Seamos honestos, ¿ninguno conoce historias como ésta? Si hacemos un profundo acto de contrición encontraremos, cuando menos, la duda y ésta nos conducirá a una conclusión terrible.
Los desenlaces, agravados por los rencores acumulados por pequeñeces, se convierten en incendiarios cuando no existe igualdad ante la ley. Un ejemplo: es casi imposible para un padre asegurar la custodia de un menor de edad porque el lugar común sobre la crianza favorece a la progenitora en un porcentaje mayor a nueve de cada diez expedientes. Esto es, en cuestión de una década, se pasó de una incontrovertible desigualdad en contra de las mujeres a una quizá mayor para los hombres cuya indefensión, en cuanto a violencia de género, es casi nula ante los tribunales. ¡Y pobres de aquellos que acudan ante un juez al reclamar sobre la afectada conducta de la consorte porque serán estigmatizados desde el inicio delos procedimientos, además de las burlas de conocidos y amigos! Se opta por callar y el agua contaminada sigue su curso hasta convertirse, sin remedio, en catarata.
Sí, la mujer debe tener protección y seguridad; pero también los hombres. La justicia para la humanidad debe considerar los derechos de todos y no sólo los de una mitad privilegiada o, peor aún, una evidente minoría como en el caso de los multimillonarios cuyas fortunas son siempre inexplicables porque nadie entiende cómo se pueden acumular tantos millones cuando, con el máximo esfuerzo, sólo se obtienen migajas por trabajos de lo más rudos. ¿No debiera ser al revés?
El punto de estabilidad es el que requiere seguir la línea de la justicia por encima de la ley que sólo toma en cuenta generalidades, esto es los lugares comunes, antes de analizar cada situación.
Fíjense y espero que no se malinterprete: a este columnista le parece que no hay ofensa mayor que remarcar las desigualdades en la supuesta defensa del más débil. Esto es: al subrayarse el color de la piel, el sexo, la religión de quienes supuestamente están protegidos por la ley se provocan las mayores tensiones precisamente porque son estas condiciones las que se hacen excepcionales en los procesos y determinan giros intempestivos por los prejuicios que imperan o, sencillamente, para evitar calificativos como el de racistas o misóginos que suelen ser brutales cuando se esgrimen ante una multitud predispuesta para crucificar a los ajenos… hasta que va llegando el turno a quienes actuaron sin más fundamento que el de parecer “más civilizados”, por ejemplo cuando se esgrimen los derechos de los animales cual si fueran paralelos a los de los seres humanos. La cursilería acaba por ser perversa: la lucha entre congéneres –antinatural por cierto- para preservar el estatus de las mascotas. ¿A este punto se ha desviado el punto de mira de la humanidad? Sí, por desgracia.
Y ya lo hemos visto: ¿cuántas veces un juez familiar, engreído y dispuesto para la mutilación moral, parece tener menos criterio que un gorila encerrado en gruesos cristales que anulan cualquier intimidad? Meditemos un poco. Sé que muchos no coincidirán con lo expuesto pero, cuando menos, da ocasión bastante para pensar.
Debate
En España, Juan Carlos de Borbón –con sangre mexicana como explicamos en “El Alma También Enferma”-, obtuvo su legitimidad luego de provocar al tremendo lío de un cuasi golpe de Estado hace, exactamente, cuarenta y cuatro años. Los calendarios suelen navegar sobre los ríos, sin detenerse nunca. El monarca ahora abdicado, pero con estipendios bastante reales aunque nada haga, montó un circo para restablecer al franquismo y terminó la jornada llamando a vindicar la Constitución y la democracia. Los generales que propiciaron el atropello fueron encarcelados unos años lo mismo que el iluso teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejer Molina, un héroe para sus seguidores fascistas quienes jamás han perdonado al taimado monarca.
Pese a los nexos con el franquismo, el rey debió dar un golpe de timón para mantener a la “casa real” y poder traspasar la representación del Estado a su hijo, Felipe VI, tras tirar por la borda el “prestigio” ganado por aquel lance vergonzoso. Le bastó con matar a un elefante en Botswana y enamorarse de una princesa coqueta a quien trasladó a vivir a unos cuantos metros del Palacio de la Zarzuela, en Madrid, siguiendo la secuela de escándalos sexuales de su estirpe. ¡Y todavía me preguntan por qué estoy a favor de una República!
El paralelismo con México es notorio: en 2012 retornamos a la senda del priísmo amafiado cual si se tratase de un golpe de estado mediático, fecundado sobre todo por lo intereses empresariales. El resultado está a la vista: a mayor concentración de la riqueza al amparo de un gobierno apátrida, la desigualdad social llegó a la cúspide y con ella, de nuevo, la crispación general que no será aliviada con discursos cargados de demagogia a favor de los mandos castrenses, por señalar a uno de los mayores grupos de presión, y bordeando los jardines del presidencialismo. Si lo examinamos a fondo, las coincidencias entre el país europeo con mayores intereses en México –siguen creyéndose conquistadores-, y nuestro país, son como espejos distorsionadores.
La Anécdota
Sólo existe una manera de revertir las reformas indeseadas del peñismo, jamás consensuadas; y parece, además, bastante lógica si nos atenemos a los hechos: la Carta Magna presenta casi seiscientos baches por los cambios, a veces con contradicciones severas por la premura en aprobarlos, y ya requiere más que una “manita de gato”.
Esto es: si peña nieto se atreviese a convocar a un Congreso Constituyente para elaborar un nuevo texto fundamental, podría dar lugar a una revisión a su propia historia personal; y dejaría huella, sin duda, aun cuando se le cuestionara por sus rectificaciones. Esto es si se atreve; de lo contrario seguirá andando hacia su abismo cuyo fondo es un basurero de cadáveres políticos.
Si me dicen cuál es mi apuesta doy por sentado que NO lo hará y acabará estallando la bomba del retiro en sus manos.