Rafael Loret de Mola – Apuntes no festivos
Por Rafael Loret de Mola
Me sentí extraño. Lo confieso. Hace un año subí a mi página de Facebook, una red social en la que están acreditados cincuenta millones de internautas en México –una cifra por sí sorprendente y que revela que una sola persona puede inventarse personalidades anónimas para el cobardeo bombardeo retórico contra las ideas “peligrosas”, un término más cercano al fascismo que la democracia-, diversas alegorías sobre el día de nuestra Independencia, incluyendo los vítores correspondientes que, hasta hace muy poco, sentíamos como vitales puntos de identidad.
Y, como nunca antes –ni siquiera días después de que el plantón de Andrés Manuel López Obrador dejó el Zócalo en las vísperas del “Grito” para no volver más a instalarse-, llovieron varios comentarios acerca de que no había nada por festejar en alusión a la manipulada “represión” sufrida por los maestros en rebeldía de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, cuyo fondo se fundamentó en aquellos días, sus propios dirigentes promocionaron: La entrega de nueve mil plazas más de maestros, acaso con la idea de sustituir al sindicato con una dirigencia ad hoc a ellos, para dejar la Ciudad de México y retornar a las aulas.
Un forcejeo o un pulso en toda forma que revela los aires caciquiles de quienes, como la “maestra” Elba Esther Gordillo, novia de “Chucky” permanente, se han perpetuado a golpes de manifestaciones. Nada que ver con los valerosos mentores que defienden mejores condiciones para ejercer su vocación y claman por la libertad ante el constante acecho de los políticos sin escrúpulos. No se trata, por tanto, de fustigar a la reforma educativa –este columnista, lo ha expresado, se opone a dos de las reformas peñistas, la energética y la hacendaria, pero estima correcto mejorar el nivel de calidad de la enseñanza y la capacitación de los mentores si en algo valoramos el futuro de México y el escenario de alta competitividad en la que estarán dentro de unos cuantos años estos niños que hoy no pueden asistir a clases; ello, claro, sin que sea a costa de los maestros ni de sus derechos ni de exigencia por mejorar aulas y condiciones-, sino de exaltar la protesta contra una administración, la de Enrique Peña Nieto, que ha desatado la crispación hasta niveles muy parecidos, o mayores a los de 2006 tras las desaseadas elecciones que situaron a los Fox –y al PAN- como traidores históricos a la democracia. Ni manera de evadirse de este triste escenario.
Perdida la autoridad moral, con la petición insana de plazas magisteriales, los dirigentes de la CNTE dieron vía libre a miles de sus integrantes hace exactamente dos años: Podían irse de la Ciudad de México o permanecer en ella a pesar del infortunado llamado del secretario de Gobernación, el insensible Miguel Ángel Oasorio Chong, alegara que la Ciudad de México “no es como Oaxaca”, declaración con altos decibeles centralistas y por tanto ajena al acto federal, con jerarquía superior, sin lugar a dudas al “pacto por México” convertido en refugio de chantajes soterrados con un mandatario apurado por complacer a los miembros del mismo antes de a las militancias que forman, sumadas, mayoría.
No se olvide que por el PRI votó el 38 por ciento de quienes acudieron a las urnas, esto es el 67 por ciento de los inscritos si creemos en las estadísticas oficiales, lo que reduce el apoyo “mayoritario” –falsamente expresado como tal- a uno de cada cuatro mexicanos en edad de sufragar.
La representatividad política está más allá del linde de la ilegitimidad, aunque se señale como victoriosa la causa del actual gobierno pese a la derrama ominosa de recursos de procedencia ilegal… a favor de cada uno de los partidos en disputa, pero bastante más el pro del PRI en junio de 2015.
Hace dos años acudí al Auditorio Nacional, la noche del quince de septiembre, a escuchar el magnífico concierto del tenor mexicano, de alcances universales, Fernando de la Mora, quien a la hora de dar cauce a la transmisión en directo del “Grito”, debió arengar a los asistentes a cantar con el corazón el Himno Nacional ante las voces de varios grupúsculos que clamaban porque siguiera él recordando las baladas, danzones y sones tan extendidos en la gran patria mexicana; esto es, como si así se protestara contra el gobierno peñista, pasando encima de los símbolos patrios y de una celebración única, la ceremonia del “Grito”, que nos identifica a todos, o debiera cuando menos hacerlo.
Y todo porque se consideraba que algunos maestros habían sido reprimidos al ser desalojados de la plancha del Zócalo dos días antes. Hoy pienso distinto y creo de firme que es necesario, darle la espalda a quien ostenta la banda tricolor sin legitimidad política alguna. No podemos quedarnos inermes.
Lo anterior, sin duda, deviene de una confusión atávica derivad–a de los vicios del sistema al que se repele: Se interpreta igual el concepto de nación, estado, patria y presidente, como si fueran lo mismo, en una exacerbación de la ignorancia colectiva. El presidente, mandatario –quien obedece-, es el titular de uno solo de los poderes de la unión que conforman gobierno; la nación es el colectivo en el que todos estamos; el Estado, la consolidación de una idiosincrasia que permite exaltar nuestra soberanía –esto es el poder que no reconoce a ninguno superior-, la de una patria para hombre libres.
Cada concepto en su lugar, aunque la transcripción sea superficial por razones de espacio, más allá de las vendettas políticas al nivel de las de las verduleras.
Debo contarles que hace cuatro años, en 2011, acudí igualmente al maratón de canciones mexicanas del mencionado tenor y no hubo tales expresiones cuando apareció en pantalla en nefasto Calderón, acaso porque se respetaba a los símbolos que portaba y aun considerando su escaso patriotismo, blindado por miles desde las celebraciones del bicentenario de la gesta de Independencia, motivo más que suficiente para ganar millonadas bajo la gerencia de la entonces vicepresidenta de facto, Patricia Flores Elizondo, quien se llevó, literalmente, “el gato al agua”.
Pero, sin crispación y a semanas de resolverse las candidaturas presidenciales, los coros populares no fueron agresivos salvo alguno que otro exabrupto, entre ellos el mío, para lamentar la escasa dignidad del mandatario en turno y la vergüenza de que fuera él quien aireara la bandera tricolor de nuestras poesías infantiles, arrinconadas en algunos lugares de nuestra memoria.
Me confieso.
¿Por qué ahora se perdieron los valores tradicionales con base en la depauperación colectiva, en picada desde la implementación del neoliberalismo en 1990 bajo el mandato del execrable Salinas, y los autoritarismos represivos que, por ejemplo, durante el periodo de Calderón fueron constantes y exagerados: Mil soldados rodeaban la residencia oficial de Los Pinos y solo los panistas tenían acceso al Zócalo para vitorearlo a él y no a los “héroes que nos dieron patria y libertad”? Resulta que a Peña, de cuyo “Despeñadero” se dio cauce a “Empeñados”, con la marca del Monte de Piedad, me ocupo desde hace varios meses, le pasan enteras las facturas heredadas por la derecha; su pecado, darles continuidad y forma sin formalizar causas judiciales contra su predecesor y sus esbirros.
Tal fue el síntoma inicial para sentir que el priista no optaba por recoger las banderas sociales de la posrevolución, sino dar mayores espacios a los pendones retrógradas, con una diferencia: No ha tenido siquiera el valor para dar un paso al frente, aun cuando concitara las protestas de millones de afectados, a diferencia de los cobardes antecesores que lo dieron hacia atrás, refugiándose en las faldas de la señora Marta, uno, y en los galones militares, el otro. Lo demás, incluida la parálisis casi general, fue consecuencia.
De democracia, nada. No hubo consensos sobre la reforma energética sino propaganda poco convincente a posteriori; y lo mismo en el renglón hacendario que fustiga más a la clase media que a los empresarios en nueva audición de Televisa para la segunda puesta en escena de “Los ricos también lloran”.
Y, por supuesto, todo ello se volvió polvorines en manos de los dirigentes magisteriales, otrora opositores al cacicazgo de la señora Gordillo y ahora presuntos continuadores de la misma –esto los inhabilita moral y políticamente aunque algunos despistados no caigan en cuenta-, que han sumado los rencores vivos de, ahora sí, la mayor parte de los mexicanos excluidos de un gobierno que se dice democrático… y se mantiene con la voluntad de uno de cada cuatro mexicanos.
Los absurdos no pueden ser mayores.
Finalmente, evaluemos. No tengamos miedo a ser mejores, sino responsables de crecer personal y profesionalmente. Si un maestro teme demostrar sus conocimientos y superar los valladares, ¿qué autoridad moral tendrá para examinar a nuestros hijos? Pensemos en ello cuando alcemos las voces y los índices para señalar a un gobierno y con este, confundidos, no solo al Presidente en funciones, sino a las más elementales nociones sobre patria, estado y nación; esto es lo que nos une y debe servirnos para señalar el futuro.