Rafael Loret de Mola – Agujeros del Norte
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Por Rafael Loret de Mola
Nuestro poderoso vecino del norte –hay quienes creen que debemos emitir un gracias multitudinario por haber favorecido la prolongación de las ilusiones sobre las remesas que casi son como limosnas por esfuerzos similares a los de otros mejor pagados-, produce el veinticinco por ciento de los llamados gases con efecto invernadero, esto que retienen parte de la energía que el planeta emite por la radiación solar. Tal fenómeno, consecuencia del mal uso de la naturaleza y el daño a la atmósfera consiguiente –como si, poco a poco, nos estuviéramos consumiendo-, conlleva la aparición de meteoros, cada vez más numerosos, y diversos fenómenos naturales que se salen de control no sólo por lo imprevisto sino por una fuerza y frecuencia sin antecedentes, y es claramente la consecuencia de las catástrofes naturales que hemos padecido en México en donde era inusual que después del 3 de octubre –con el llamado “cordonazo de San Francisco”- se presentaran las más devastadoras tormentas.
La Comisión Nacional del Agua señaló, por ejemplo, que “México es uno de los países que menos gases con efecto invernadero producen en el mundo”. Nuestra aportación, sin embargo, es alta: el 1.4 por ciento de éstos en el globo terráqueo, si consideramos que otros países, con escasa industria y máxima pobreza, casi se quedan en cero en este renglón destructivo. Entonces la coyuntura parece ser entre la riqueza “industrial” que atrofia al planeta y la miseria de quienes no tienen otro remedio que depender de su entorno, de manera sedentaria o como nómadas, para sobrevivir; por ejemplo, en algunas regiones de África y Oceanía.
El asunto es delicado por varias razones. Examinemos algunas de ellas:
A).- Las empresas “endulzantes” se quejan porque han aumentado el impuesto –entre el cinco y el diez por ciento de acuerdo al desarrollo de las mismas-, e incluso hubo quienes arguyeron que subiría con ello “los alimentos para gatos”, prioridad nacional sin duda en un país en donde la cultura anglosajona ha desviado nuestros valores morales. ¿Por qué no se preocupan, mejor, sobre el costo de un litro de leche, desplazado por el consumo de bebidas elaborados a partir de la calmante planta de coca, para asegurar, como en algunas naciones, digamos Cuba, que ningún niño se quede sin ella? Lo que no dicen es cuanto contaminan el ambiente; de ello podría hablar el parlanchín señor fox, bajo las muchas faldas de su señora, porque fue gerente regional de la compañía con mayor presencia en el mundo, la inefable Coca-Cola. Desde luego, hay muchos millones bailando en las filas del Senado y de las altas esferas de la política a las que más interesan los acuerdos momentáneos –y redituables debajo del agua, es decir los sobornos-, que la salud pública muy relacionada, en nuestro país, con la obesidad y la consiguiente diabetes, una de las principales causas de muerte. ¿Es necesario agregar más?
B).- Es por más evidente que si la poderosa nación del norte emite la cuarta parte de los gases que retienen la energía terrestre, no hace falta demasiada preparación para entender cómo han logrado desviar y asentar los desvíos de meteoros y sacudimientos sísmicos hacia el sur de sus fronteras. Esto es: México padece no sólo los fenómenos naturales sino los que correspondían a los Estados Unidos antes de que su gobierno se arrogara el papel de Dios incluso para hacer sufrir a sus “satélites”, con la xenofobia habitual, para proteger a una de las poblaciones más obesas del mundo. ¿O no se han dado cuenta quienes se desayunan un “grand slam” en algunas de los almacenes de calorías con franquicias de alto valor? Sólo de verlo, este columnista…ha optado por tomarse sólo un jugo de tomate, su preferido.
C).- Además, debe subrayarse un hecho notable: no pocos gobernantes, preocupados por la evidente alteración del clima optaron, desde 1992, por organizar una Convención Marco sobre el tema en las Naciones Unidas; y cinco años después surgió el llamado “Protocolo de Kyoto”, fijando reglas limitantes generales en cuanto a la emulsión de los gases devastadores, aunque uno de los pocos países que se negaron a firmarlo es, nada menos, ¡Estados Unidos!, el mismo en donde nadie observa los cargamentos de drogas que circulan por sus “freeways” ni aceptan ser el mayor mercado de consumo de estupefacientes en el mundo mientras en México sufrimos las presiones de ellos mismos que nos cuestan, además, un promedio de mil 300 asesinatos al mes; por otro lado, ¿de dónde provienen las armas de la llamada “delincuencia organizada”? Pues de allí mismo, como dirían los rancheritos modificando la “i” con la “e”.
No es posible entender, a estas alturas, la tremenda negligencia norteamericana. ¡Y todavía se preguntan por qué generan tanto odio en el mundo! Pues no será por su generosidad con el planeta, ni siquiera por una política de compensaciones sobre los efectos que causa su creciente industrialización. ¿No estaríamos los mexicanos con derecho a solicitar indemnizaciones por cuanto daño nos han causado la unión de una tormenta tropical con un huracán, en el Atlántico, y la casi inmediata formación de otro en el Pacífico, cuyas consecuencias fueron catastróficas para el país en 2013, por las vidas segadas, la agricultura muerta y la destrucción de infraestructura básica?¿Qué se requiere para que el mundo unido recobre su dignidad y exija a las naciones predadoras, la mayor de ellas Estados Unidos y luego las de Europa en su conjunto, las consiguientes responsivas por no actuar en línea con los acuerdos universales en la materia, esto es para prevenir los males, reduciendo el alcance de sus industrias que socavan la atmósfera?
México, desde luego, es la víctima principal. Y poco se hace para llamar la atención sobre este punto. Por ello es comprensible el señalamiento de Conagua, aun cuando tuviera la prudencia de no citar a los Estados Unidos como el mayor de los contaminadores y, por tanto, el número uno entre los paulatinos destructores de este mundo nuestro al que golpean por todas partes: infectándolo con gases o acribillándolo con guerras.
¿Y así lo veremos a lo largo de todo esta centuria? Las perspectivas al respecto, por desgracia, así lo indican, con recrudecimiento brutal de la violencia de acuerdo a las estimaciones científicas que señalan a México como una potencia “en cierne”. ¿Será ésta la razón para maniatarnos, saquear nuestro petróleo, fundamento de la soberanía nacional, y acosarnos con “fenómenos” naturales armados desde los centros científicos de la Unión Americana montados, precisamente, para defender los intereses de los grandes consorcios multinacionales? Me temo, y mucho, que sea así.
El respetado experto en geopolítica, el húngaro George Friedman, augura en su libro “Los Próximos Cien Años” publicado en 2009, que México emergerá en 2040 “con un mayor poderío” aunque el predominio de los Estados Unidos seguirá si bien con el riesgo de que la población hispanoparlante de California, Arizona, Nuevo México y Texas sean paulatinamente favorecedores de una expansión mexicana capaz de convertirse en la mayor potencia allá por 2070, esto es dentro de poco más de medio siglo, un verdadero suspiro en la historia de los seres humanos. Igualmente augura una tremenda confrontación beligerante, con Estados Unidos a la cabeza, para mediados de siglo, fundamentalmente con las naciones de China soliviantadas por su creciente poder económico.
Todos estos “pronósticos”, buena parte de ellos trasladados desde informantes de la entrometida CIA que desconoce el ámbito de las fronteras y, por ende, de límites marcados por las soberanías ajenas, pueden haber despertado el imperativo de mantener a México en una crisis permanente, sea por los meteoros en apariencia incontrolables, y cuyos daños se repiten por la necedad de no reubicar a las poblaciones permanentemente afectadas amén de seguir construyendo sin respeto a las especificaciones mínimas sobre afluentes y cauces de agua, por ejemplo, o fallas a lo largo de regiones de alto nivel sísmico, como si con ello volviéramos, sin remedio, a ponernos la soga al cuello. Por supuesto, todo ello repercute no sólo en el ámbito social y financiero; también en el político donde la rectoría de la Casa Blanca llegó a la cima, en cuanto a México, bajo el deplorable sexenio de felipe calderón. Fue entonces cuando sólo faltó, como en los peores momentos de nuestra historia, ondear el pabellón de las barras y las estrellas sobre el asta bandera del Zócalo. Y ahora que lo pienso… a lo mejor, mantener ocupado y sitiado este espacio, con calderón y peña asegurados en la mansión presidencial, favorece a la resistencia contra quienes pretendan hollar nuestro territorio: “más si osare…”
El hecho es que no nos recuperamos de una desgracia y ya tenemos encima otra. Y no es sólo por casualidad, mala suerte o infortunio ancestral.
Debate
Primero, un consejo a los amables lectores. Si quieren enterarse del hoy, opten por algunos de los libros de este columnista –aunque parezca fatuo decirlo-, porque en ellos se encuentran las noticias que ustedes leerán, en revistas y algunos cotidianos que se jactan de independencia en la ciudad de México y Monterrey, esto es porque supuestamente publican “historias secretas”… dentro de diez, doce o quince años. Ustedes dirán.
Lo anterior viene a colación por cuanto a las declaraciones del agente de la DEA, Héctor Berreyez, en una revista muy inclinada hacia la izquierda, Proceso para más señas, cuyo primer referente puede encontrarse en “El Gran Simulador” –1997-, para luego continuar la historia en “Los Escándalos”, 1999, “Los Cómplices”, 2001 y “Confidencias Peligrosas” en 2002. Once años con respecto a la obra más reciente de las mencionadas. En ellas se insiste, además, en el permanente acoso de los espías estadounidenses sobre nuestro gobierno, un tema que ahora, muchos años después de nuestras denuncias –y me importa muy poco presumir de la exclusiva; si lo señalo es porque, entonces, fui descalificado por quienes ahora presumen de ganarla porque no eran serias “mis fuentes”, las mismas usadas por los segundos-, ha cobrado enorme vigencia e importancia.
Queda claro que el vulnerable y temeroso calderón fue espiado; ya lo sabíamos. También que nuestro gobierno exhibió entonces su enfado, a través del panista Canciller José Antonio Meade Kuribreña, con una carta-protesta, muy distinta a la posición de la presidenta de Brasil, Dilma Vana Rouseff, que encaró a las autoridades estadounidenses y llevó el asunto a las instancias internacionales correspondientes por considerar que, como ocurrió, se había violentado la soberanía de su país. Hasta allí. En ocasiones, hasta el venezolano antidemócratico, Nicolás Maduro Moros, quien mantiene a sus opositores en prisión bajo cargos de supuesta subversión, defiende mejor que el presidente peña… a los mexicanos.
La Anécdota
Don Adolfo López Mateos, mexiquense aunque algunas malas lenguas insisten en que nació en Guatemala sin mayores pruebas, fue un caso sorprendente durante su gestión presidencial, entre 1958 y 1964. De manera intermitente realizó servicios de Estado a la entonces Unión Soviética y al gobierno de los Estados Unidos, sobre todo en cuanto a la carrera aeroespacial que entonces resultaba fundamental para marcar el dominio del planeta. Y no fue todo.
Lo mismo dejó en libertad a Ramón Mercader, el catalán Ramón Mercader –ya no es dable señalarlo como español como se vienen las cosas en noviembre-, asesino de Leon Trosky, y posibilitó los movimientos de Lee Harvey Oswald en nuestro país, donde acaso fue adoctrinado para consumar el magnicidio de Dallas, que permitió a los científicos norteamericanos espiar las naves Soyuz y Sputnik, de la URSS, mientras duró la exposición montada en el Auditorio Nacional y aledaños en 1960.
¿Fue esta conducta, la de una especie de Mata-Hari varón, la más conveniente entonces?¿Lo será ahora?