El Hijo de un Ladrón y Periodistas sin Leyes
- El Hijo de un Ladrón.
- Periodistas sin Leyes.
Por Rafael Loret de Mola
Durante muchos años creí que los ladrones actuaban por necesidad y el imperativo de llevar alimentos a sus casas empobrecidas por las grandes desigualdades sociales; algunos eran víctimas de su entorno y otros, los violentos, estaban guiados por el tremendo rencor de las injusticias de clases vehemente exaltadas por las inevitables telenovelas de las cadenas privadas en competencia. Estos “culebrones” –así les llaman en España en donde son bien cotizados este tipo de productos mexicanos-, representan una renta muy alta para las empresas de Ricardo Salinas Pliego, emperador de la plata, y Emilio Azcárraga Jan, el heredero de la gorra de béisbol.
Mi visión añeja, muy atrás en el tiempo –es terrible pensar que me refiero al segundo y no al actual tercer milenio-, fue opacándose, poco a poco, ante el conocimiento periodístico que nos rebota en las neuronas cerebrales por atascadas por la obligación de conservar en la memoria hechos y filiaciones, felices o no –por desgracia es más abundante lo negativo-, capaces de habernos cambiado la existencia cuando aprendimos a ver detrás de las cortinas de humo y las tantas hipocresías.
Alguna vez, mi viejo inolvidable –amigo entrañable, sobre todo, a quien me arrebató una inmunda consigna oficial refrendada por miguel de la madrid y operada por el asesino silencioso manuel barlett-, me dijo:
–Cuando, hace años, viajé a Veracruz escuché a un elemento de la Marina señalar a un jovencito al tiempo que decía: “allí va el hijo de un ladrón”. Era un junior: el hijo del ex presidente Miguel Alemán. Desde entonces me juré a mí mismo que nadie podría ni tendría derecho a calificar así a un hijo mío.
Y lo cumplió a cabalidad aunque no faltan los esbirros de echeverría, incluso de los difuntos sansores y cervera, o los hijos de perra, con perdón de bartlett, quienes se animan, de vez en vez, a pretenden rozar mis fibras sensibles sin otra osadía que la de intentar inútilmente igualarse política y moralmente con quien les dio lecciones de gobierno a su paso por la titularidad del Ejecutivo de Yucatán. Y lo demostraré cuantas veces pueda.
Por cierto, respecto a la ética familiar el incidente reciente de Pedrito, seguramente gestado en un OVNI a cuya exploración dedicó buena parte de su vida su padre, Don Pedro Ferriz Santacruz, el mencionado junior tuvo a bien responder hace un año cuando navegaba por las nubes de la aspiración inalcanzable, y con injurias, cuando un joven alumno de la Universidad Autónoma de Nuevo León quien, con mal gusto sin duda, escarbó algunos pasajes turbulentos del matrimonio del ponente.
La Anécdota
No me queda duda que difamar, arrinconar y desacreditar a un periodista es bastante más sencillo, con las amenazas judiciales consiguientes, que exponer denuncias periodísticas contra los intocables, esos mismos a quienes el señor peña juró su inexistencia y aseguró que no volverían –y lo cumplió porque nunca se fueron-; y mucho más complejo será siempre señalar a uno de los cómplices, él o ella, del presidente en turno, protegido por la dimensión de sus comisiones, a quienes no se les toca ni con al aire de un ave volando, mucho menos si es el águila vista como emblema nacional cuyas alas fueron cortadas por los fox y luego vueltas a reparar sólo para vindicarlas en el papel.
Cuando se tiene el poder sólo se desea que los periodistas sean ciegos o le den la espalda a la sociedad para la cual se ejerce la reina de las libertades: la de expresión. Y así, al amparo de una legislación perniciosa, cada día más –recientemente se aprobó la “ley chayote” por la cual los presupuestos de publicidad se cernirán a los intereses de quienes forman gobierno, a manera de chantaje-, los pretendidos procesos maniqueos sobre el daño moral, por ejemplo, tienden a inhibir a los tibios y a descarrilar las informaciones sin réplicas posibles por su contundencia.
En el México actual cualquier víbora pretende volar llevándose el escudo nacional entre las patas.