Para cuando hablen los parias. (Texto 1)
Por Ilka Oliva Corado / @ilkaolivacorado
Estamos acostumbrados a que los que hablan son los ilustrados, son ellos los que exponen sus puntos de vista, los que escriben en los periódicos y revistas, los que publican libros, los que conocen de cultura y de arte, los que disfrutan de la música clásica, la ópera y el ballet. Los que hablan sin gritar, los diplomáticos, los que toman decisiones, los que firman los acuerdos, los que venden la patria. Los que ocupan los teatros y los salones de los museos.
Son los letrados los que comen con cubiertos y dejan comida en el plato porque es cuestión de clase, son los que saben saborear una buena copa de vino. Los referentes, los que debido al privilegio de las artes, los pergaminos y la clase social se creen superiores y con derecho de marginar al peón. A la que limpia sus casas, al que corta la grama de sus jardines, al conserje de la oficina, al mensajero, a la mesera del restaurante que frecuenta, al que limpia la piscina en el club y al alcanza bolas en los campos de golf o en sus cancha de tenis. El que les lava el carro y tira su basura.
Son ellos la gente influyente. Son ellos que con sus maestrías y doctorados tienen el derecho de dirigir la comparsa de los ingratos.
Exigen que se les rinda pleitesía y que nosotros los parias bajemos la mirada cuando pasan frente a donde estamos, que les llamemos patrón y señora y que por toda respuesta digamos sí señor, lo que usted mande señora.
Y cuando nos negamos a hacerlo entonces nos gritan, ¡insolentes! Nos llaman presumidos, arrogantes. Nos dicen que qué nos creemos para verlos de frente sin bajar la mirada. Para tratarlos del tú por tú como si fuéramos de la misma clase social. Nos sentencian por tener la osadía de respetar nuestra dignidad de invisibles.
Se preguntan qué cómo es posible que un ignorante sea capaz de pensar, de formular su propio criterio y de atreverse a debatir, ¡es una terrible falta de respeto y de clase! Ante todo de clase porque cada quién tiene su lugar en la sociedad. Y el de los parias es el de poner el lomo y bajar la mirada. Los parias no tienen derecho a hablar, no, ellos no piensan, no tienen derecho a sentir ni a razonar. ¡No tienen derecho a sentir indignación! Ellos son animales de carga. Los subyugados de todos los tiempos. ¡Resentidos! ¡Esos miserables son unos resentidos sociales!
Están llenos de odio, nosotros no tenemos la culpa de su indigencia. ¿Qué se creen para levantarnos la mirada y alzarnos la voz?
Entonces estos mismos privilegiados que han sido parte del sistema de castas y que se acomodan con los beneficios que deja la marginación, cuando se sienten tocados en su fuero por la clase oligárquica que a veces se codea y que en otras los utiliza y que no importa porque siempre es rentable; se enfadan y salen a manifestar con sus camisas blancas, con sus lentes de sol, con sus bloqueadores solares y con sus títulos universitarios, con las playeras que llevan el logo de sus universidades privadas. Con el distintivo de la clase social.
Y quieren que el mundo les aplauda la osadía, que se los reconozca, que se vuelva noticia mundial. Y entonces por breves instantes juegan a tener dignidad y a sentir rabia. Hipócritamente hacen una denuncia masiva, se toman la foto que después enmarcarán como lo más revolucionario que han hecho en sus vidas, un cuento chino que pasará de generación en generación. Y como algo que presumen sumamente admirable alzan la voz y gritan ahí con las masas que llevan siglos exigiendo lo que ésta misma clase les ha quitado o de lo que se ha beneficiado con su silencio y apatía.
Las marchas de ellos sí cuentan, sí valen. Sus marchas sí tienen razón de ser, sus marchas son dignas y deben ser reconocidas y postergadas en la historia de los valientes. Vamos juntos pero no revueltos, allá los indios abusivos y necios, y los proletarios, allá los obreros ignorantes, de aquel lado los analfabetas que aquí vamos los cultos y los refinados, ¡qué no nos confundan! Que los medios sepan quién es quién. Hacen carteles muy creativos con tinta de marcadores finos y también escriben comunicados y mandan a hacer enormes carteles que llevan como insignia de clase.
Regresan a sus casas bronceados y recuerdan con esto sus idas a las playas en el extranjero. Han hecho historia dicen mientras se miran al espejo, y comparten también las anécdotas de la caminata en los almuerzos familiares del fin de semana, ¡tremendas hazañas! Aplauden todos. ¡Salud! Hay que publicarlo en la redes sociales.
Cuando los que realmente han escrito la historia con sangre y lomo han sido los indios abusivos y necios, los proletarios insociables, los obreros apaleados. Pero a ellos no hay posteridad que se los reconozca, no hay noticia mundial que los ensalce, no hay conectes ni contactos que les tomen la foto para la portada de los periódicos. Ni cámara de video que los enfoque gritando para el reportaje del noticiero del horario estelar.
Ellos solo llevan palo, esos analfabetas solo saben de cortar algodón en los surcos, de echarse al lomo los costales de papa y de azúcar, de aporrear café, de desgranar las mazorcas de máiz, solo saben de acarrear agua y de defecar en el monte, a la orilla de los ríos o en los pozos ciegos. Esos solo saben de parir como conejos. De hartarse chile con caldo de frijoles. De podrirse las dentaduras. De pudrirse en las cárceles porque son chivos expiatorios. No, ellos no saben de vinos ni de cortes de carnes finas. Ellos no son humanos, serán algún tipo raro de animal.
Lo cierto es que esta clase pestilente a lociones caras, no está preparada para cuando hablen los parias: desde sus entrañas, desde su marginación, desde las manos ampolladas, desde los pies rajados, desde la piel reventada por el sol. Desde la boca seca, la esperanza marchita.
No, no tienen ni idea del poder de rebelión que tienen las voces de los parias. Voz de trueno, de torrencial, de quebrada en invierno, de lodazal.
Denuncia de alma destrozada, mirada curada para soportar. Hasta el momento los parias solo han puesto el lomo, se han curtido la vida. Se han quebrado la espalda en los surcos, se han quemado las manos en las tortillerías y han perdido la vista en las maquilas. Siguen picando piedra. Siguen cargando bultos.
Hasta el momento los parias han puesto los muertos, las niñas sus vaginas y sus vientres fértiles y llanos. Se han tragado la cólera en silencio, se han bebido los sueños en las botellas de alcohol. Hasta el momento los parias han dejado el pellejo y la juventud lozana en las causas que el clasismo descalifica.
Pero para cuando los parias hablen, para cuando se nieguen a podrirse en el abandono, para cuando renuncien a ser los esclavos, a ser el jergón, el tablón y el peldaño. Para cuando renuncien al sí señor y al como ordene señora. Para cuando decidan convertirse en torrencial y despierten con su pasión los ríos secos y los mares, cuando llenen de flores los árboles mustios. Para cuando sean ellos los de la revuelta que haga enfurecer las calles, y los barrios y los barrancos y los altos cielos.
Para cuando sean ellos los de la ovación, los de la alegría, los de la felicidad. Cuando hagan escuchar sus voces bizarras y vean de frente y sostengan la mirada al patrón opresor y al letrado acomodado, cuando encaren al caporal abusivo. A los medios vendidos. Para cuando dejen de decir licenciado y hagan reverencia.
Para cuando hablen los parias y renuncien a ser el lomo partido. Los marginados. Para cuando retumben desde sus laderas, desde los ríos de aguas negras, para cuando corran en estampida desde los asentamientos y desde las maquilas, desde las fábricas, desde los bares, desde los surcos.
Entonces y solo entonces la clase acomodada se derrumbará en su arrogancia y en su vanidad. La oligarquía se desplomará sobre su propia infesta. En su mezquindad y en su corrupción. Sentirán el poder revolucionario de la clase obrera, la insurrección de los campesinos, el levantamiento de los proletarios. ¡Y entonces la tierra y la honra serán nuestras!
Y vendrán las niñas con sus tiernos vellos púbicos y su inocencia, con sus vientres fértiles y lozanos y nadie las violentará. Y sonreirán a la vida y festejarán las flores. Y correrán los cipotes en los campos. Y los nacimientos retumbarán en aguas cristalinas. Y los ríos cantarán en los retumbos del mar la honra de los parias. Y los abuelos tendrán techo y calor. Y cuando se haga la revolución de raíz: las madres solteras tendrán acceso a la salud pública y las embarazadas no serán despedidas de sus trabajos. Y las empleadas domésticas tendrán beneficios laborales tanto como los recolectores de basura y los limpia caños. Y existirá la equidad de género y los transexuales caminarán libre por las calles sin que se les insulte y existirá el matrimonio igualitarios y el aborto será ya parte de las leyes de un sistema justo.
Algún día hablarán los parias y escucharán lo que tienen que decir los tantos siglos de exclusión, de opresión y de sangre derramada.
Loor a los campesinos, a los obreros y a los proletarios de todos los tiempos. Loor a los que nunca han bajado la cabeza y ponen el pecho. Loor a los que desde la invisibilidad alzan su voz.
Un día será, un día será que la justicia se vuelva una revolución poética y dejaremos de cosificarnos y nuestro valor no será monetario ni letrado, será humano, será de conciencia y de entereza. Será de ternura y de equidad.
Con amor campesino, obrero, proletario e indocumentado, para los parias infestos, de todos los tiempos sin ninguna frontera. Yo merita, la niña heladera.