La homofobia en nombre del Señor
Por Ilka Oliva Corado / @ilkaolivacorado
Hijos de Satanás, blasfemias, pecadores impuros, aberración de la vida. Y así y así los religiosos adoctrinados en castidad y doble moral escupen su odio hacia las personas que han tenido los arrestos de vivir a pesar de la lacra que es esta humanidad.
No he visto tanto odio como el de los religiosos, estos de pasiones moralinas que tienen tanto de ojetes como de orejas, andan por la vida juzgando la de otros y creyéndose con el derecho de señalar y de talquearse con polvos de – ventarrón de verano- santidad.
Son estos que brincos dieran de tener a dos mujeres homosexuales revolcándose en la cama con ellos, la fantasía de un trío. Pero que les resulta aberrante verlas tomadas de la mano caminando en la calle, y es intolerable que se besen en plena vía pública, ¡pero qué les pasa, hagan sus porquerías en sus casas no ven que dan mal ejemplo a los niños!
Son estos que dejan hijos tirados que nunca reconocen como propios, pero que se sienten con la autoridad moral de juzgar la maternidad homosexual. Son estos que bien se atreverían a meter a todos los homosexuales en un campo de concentración y exterminarlos para que ya no se propague la inmundicia de su aberración. Todo en nombre del Señor.
Son estas que sumisas se ponen como el marido, novio, amante, chaspean manda y se dejan por donde él quiera darles y que desconocen los orgasmos y que fingen tenerlos para que él esté contento, son estas que brincos dieran de revolcarse de placer como lo hacen dos mujeres libres.
Estos soquetes que rezan día y noche, estos que dejan sus ofrendas, que cumplen con el diezmo pero que saliendo de la iglesia recién abrazados con “la paz del Señor” o untados con aceites santos, lo primero que hacen es prohibirle a los hijos que se junten con el fulanito que se le nota que es homosexual, ¡Dios guarde se le puede pegar! Que lo evite a toda costa y que le avise a los otros para que también se aparten de él. Son estas señoras chismosas que van de casa en casa regando veneno.
Son estos intelectuales caducos a los que no les dan los dos dedos de frente para poder comprender que la diversidad nos engrandece. Estos letrados que se dicen ser de pensamiento crítico, que se jactan de analíticos y de emprendedores, esos que se dicen ser rebeldes, pues ellos mismos son homofóbicos, con esto echando por la borda todo el verbo y la labia que pregonan cuando hablan de equidad y de igualdad. Estos que menosprecian a otro hombre que ame de distinta forma.
Son estos sin oficio que andan tocando las puertas de las casas con biblia en mano y ofreciendo revistas que hablan de la salvación del mundo, de la limpia –con siete montes- de los pecados pero que en nombre de Dios expelen aberración hacia lo que es distinto y hermosamente auténtico.
Son estos ungidos con –aceite de tamarón- que se autonombran guías espirituales y que tienen la desfachatez de autoproclamarse pastores, profetas, estos sotanudos, estas monjas que se dan gusto con los padres, estos que son de la directiva comunitaria en las iglesias, estos que queman veladoras desayuno, almuerzo y cena y que solitos se atipujan el vino y la hostia.
Estos del coro de la iglesia. Estos que solo llegan a misa por verles las piernas a la hija de nía fulana que rebelde se va en falda corta. Estas que llegan solo para pelar a la mengana que se sabe que anda con el párroco de la iglesia. Sí, todos ellos rebosantes de hipocresía son los que con gusto y mandaban al paredón a cuanto homosexual se les cruce en el camino. (Uso la palabra homosexual para hombre y mujer, aborrezco la palabra lesbiana me suena como a Carmela, Jovita, algo así como a nombre).
Estos que se encargan de cobrar los diezmos de casa en casa y puntuales. Estos que se encargan de adornar la iglesia para el Jueves Santo. Estos que van a misa para que no digan. Los que van al culto para dar buen ejemplo.
Ellos homofóbicos que gargajean el odio en nombre de Dios. Los que esperan la Semana Santa para bañarse en aguas –de calcetín- virtud para santificarse. Pues ellos odian en nombre de su Dios y de su religión y de su fe y de su “relación personal con Dios.”
Son estos padres de familia que laceran la vida de sus hijos homosexuales, que los rechazan, que los humillan, que los golpean y los segregan del seno familiar porque no son como los otros, porque tienen molde propio, porque aman de distinta forma. Son estos asesinos que obligan a sus hijos al suicidio en nombre de Dios. Porque Dios castiga a quien es homosexual, -dicen ellos va- porque Dios no acepta los desvíos de esa naturaleza. Son los que meten a sus hijos en clínicas psiquiátricas o los envían a estudiar a otros países para que la sociedad cercana no se entere de semejante vergüenza. Son los que pretenden cambiarlos a golpes.
Tanto odio tiene esta humanidad en nombre de Dios. Su escudo para aniquilar es Dios. Su biblia, sus oraciones, sus prédicas, sus alabanzas, sus romerías, sus moralinas. ¿Cuándo vamos a aprender que ser distintos nos engrandece como humanidad? Que no hay absolutamente nada de malo en amar de distinta forma. Que no tenemos ningún derecho de juzgar la vida íntima de otras personas. Que todos nacemos con los mismos derechos. Y no hablo de tolerancia porque las personas homosexuales no somos lactosa. Hablo de humanidad, de amor al prójimo, ese que tanto pregonan los persignados.
Este artículo va dedicado a todas esas personas que odian en nombre de Dios. No quiero decir con esto que todos los religiosos sean hipócritas, conozco religiosos que valen la pena y la alegría. Cada quien con su fe y con sus creencias. Eso se respeta siempre. Jamás en la vida se puede generalizar. No es mi deseo ofender a nadie. Pero a quien le quede el guante que busque su par.
Queda en el aire entonces la pregunta, ¿es válido humillar, juzgar, golpear, asesinar, a una persona homosexual en nombre de Dios? Para estos tiempos de cuaresma en que medio mundo anda santificado sería bueno que anotemos entre nuestros temas a meditar, el de la homofobia el odio.