El silencio sepulcral de los ojetes
Por Ilka Oliva Corado / @ilkaolivacorado / contacto@cronicasdeunainquilina
Estas personas se caracterizan por tiran la piedra y esconder la mano. También muerden la mano de quien les da de comer. Por lo regular a la hora de la verdad son las que apuñalan por la espalda y salen corriendo a esconderse. Las del eterno, ¡yo no fui! (Que fue teté, pégale, pégale a quien fue). Las que se inventan las de vaqueros con tal de salir bien libradas. Las que usan a los demás de escalera y de trampolín. Las que utilizan los valores humanos como trapeador.
En tiempo de elecciones son las que amenazan, las que alardean, las que siempre votan por lo más recalcitrante del despotismo. Porque se sienten identificadas, ese presidenciable las representa a la perfección, encuentran en él un espejo. Esa segunda voz que repite lo que ellas piensan, lo que desean y de lo que se vanaglorian. Por lo general este presidenciable siempre es homofóbico, clasista, racista y ejerce puntual la violencia de género, es cachureco a morir y le fascina ponerse de alfombra. Son las que están anestesiadas con la mediatización. Y las que se hacen las desentendidas cuando se trata de rajar ocote. Son las que saben muy bien las reglas del juego y las manipulan. Las que siempre buscan la sombra. Las que insultan e intimidan a quien piensa distinto y les debate con argumentos concisos. Las que de tener el poder en sus manos enlistaran las filas de la violencia paramilitar.
En tiempos de post votaciones cuando los flamantes candidatos por los que votaron, comienzan las arremetidas imperialistas y se las llevan a ellas entre las patas, este tipo de personas comienzan a desertar en parvadas, se les ve aglutinarse en cualquier muladar. Toman una forma pastosa y expelen un olor nauseabundo, la piel se les torna amarillenta y putrefacta. De pronto pierden la voz que en tiempo de elecciones alzaban a gritos de militares genocidas. De pronto pierden el garbo, y la soberbia se les convierte en cuchicheos imperceptibles, les da amnesia, y son incapaces de poder hilar esa misma oración que en tiempos de votaciones lanzaba dardos envenenados. Niegan las fotografías y los videos en los que aparecen respaldando al presidenciable.
Y son partícipes (con su silencio) de la imposición, del atropello, de la opresión, de la violencia con la que el nuevo presidente ejerce el poder. Le abren paso a la impunidad. Ven cómo su voto se torna en dictadura; la dictadura que pensaron que sólo iba a afectar a quienes pensaban distinto a ellas. Pensaron que la dictadura solo sería para las honradas y no para las rastreras. Se les olvida que votaron por un presidenciable a quien le confiaron las riendas del país porque las representaba a la perfección.
Y ven desde la sombra, atrás de una pared, por la rendija de una puerta cómo saquean el país, cómo asesinan a las mocedades en una maquiavélica limpieza social disfrazada de violencia común. Y ven cómo violan niñas y las hacen parir a la fuerza, porque ellas votaron por un presidenciable que las secunda en su negación del derecho al aborto.
Y ven desde la rendija de una puerta, cómo se llevan los dineros del pueblo a cuentas bancarias en el extranjero, cómo venden la tierra, cómo reprimen las voces de quienes se niegan a mantenerse al margen. Y viven en carne propia la arremetida, y se vuelven esa masa pastosa que se pega en los zapatos del presidente que eligieron y embarran todo por donde él camina. Y no son capaces de soportar su propio hedor. Y se asfixian en silencio.
Y si les preguntan niegan que ellas dieron su voto a este presidenciable. Pero regresan las elecciones y vuelven a votar por otro igual o peor. Y vuelven a ver desde la rendija de una puerta la imposición por la que votaron, secundándola con el silencio sepulcral de los ojetes, que los define a la perfección.
Menos mal que en nuestros países de origen este tipo de personas no existen. De lo contrario, ¡qué haríamos con tanta masa pastosa regada por ahí!