México y Venezuela y de los Anti-Héroes
- México y Venezuela.
- De los Anti-Héroes.
Por Rafael Loret de Mola / loretdemola.rafael@yahoo.com
No seré yo quien exalte a Nicolás Maduro Moro, remedo del chavismo venerado en su país porque los autócratas siempre dejan una cauda detrás de falso paternalismo, pero no puede negarse que la brutalidad presente en Venezuela es obra, como siempre lo ha sido cuando se destruye a los gobiernos del con sor sobre todo, de la CIA y, por ende, de la Casa Blanca aunque sendas instituciones finjan alguna autonomía entre ellas aun cuando su epicentro sea el mismo: la oficina oval donde sólo el presidente estadounidense tiene derecho a poner los pies sobre el bicentenario escritorio de madera en donde la leyenda cuenta que se guardan mensajes encriptados; uno de ellos debió advertir sobre la llegada del virus anaranjado, Donald, tan destructivo como la bomba atómica de Truman, un apellido muy cercano al de Trump por cierto. ¿Casualidades?
La misma estrategia se siguió, guardadas las proporciones naturalmente, el 11 de septiembre de 1973 cuando fue asaltado el Palacio de la Moneda, en Santiago de Chile, hasta acribillar a mansalva al gran presidente Salvador Allende, luego de la miserable traición del “chacal chileno”, Augusto Pinochet. Un pasaje muy similar al que se dio en México, durante la Decena Trágica, en febrero de 1913, cuando el mexicano “chacal”, Victoriano Huerta, tomó en sus manos las visas de los mártires Madero y Pino Suárez aconsejado por el inmundo beodo norteamericano, Henry Lane Wilson, en funciones de embajador y promotor de una invasión de su país al nuestro que, por suerte nada más, no fue consumada.
Siempre, detrás, se observa la mano de los mandatarios de la Unión Americana insensibles, prepotentes, como cuando quisieron invadir por Bahía de Cochinos, en 1962, a la Cuba entonces revolucionara tras la caída del custodio de los antros del país del norte, Fulgencio Batista, tres años atrás. Fue un grave error de percepción de Kennedy que ensució, para siempre, su expediente acerca del inexistente Camelot americano.
Y podemos contar con las atrocidades del peronismo en Argentina, el golpe de Estado “legislativo” en Brasil –en vía de otra siniestra conjura-, la “abducción” del “cara de piña”, Manuel Noriega, de Panamá justo cuando el tratado del Canal comenzaba a desmoronarse, o la bárbara invasión de Granada y la ayuda subterránea a los “contras” de Nicaragua, desviada hacia Irán, que se expandió como un escándalo universal por tanta sangre inocente derramada y las truculencias para ocultar la perversidad de un operativo sin sentido salvo el de la prepotencia.
La historia nos recuerda que, dos veces, hemos sufrido las humillantes invasiones de nuestro suelo por parte de Estados Unidos, además de la burlada “expedición Pershing” y la intervención de los “Rangers” texanos contra los huelguistas de Cananea, Sonora, que se convirtió en cita obligada como preámbulo de nuestra revolución. No hay más muro que los detenga salvo el de la razón ahora corroída porque nuestra diplomacia, de hinojos, no ha podido hacer respetar la Doctrina Estrada, sobre la autodeterminación de los pueblos, y ha caído en la trampa de unirse a la Casa Blanca para arrasar Venezuela sin darle oportunidad.
Como en 1913, en México, las líneas de los Estados Unidos siguen siendo las mismas.
La Anécdota
Nuestra crónica nacional está rebosante de antihéroes con escasos prohombres. En la lista de quienes son venerados sobran algunos pero existen algunos que no debieran, aunque lo son por interpretaciones falaces y radicales, ser motivo de réplica: Morelos, Juárez, Carranza y Lázaro Cárdenas.
Pero, desde el otro extremo, los “antis” se multiplican dentro de la enajenación humana y los fanatismos consecuentes: Iturbide, dos veces traidor; Santa Anna, el vendedor de la patria; Porfirio Díaz, el oaxaqueño que llegó para quedarse en la silla presidencial; Victoriano Huerta, el alcohólico asesino –como calderón-; y carlos salinas de gortari, el padre del neoliberalismo mexicano que nos condujo a la barbarie y remató con enrique peña nieto.
Así lo reseñaremos porque la historia ya no la escriben los supuestos vencedores.