Mentiras oficiales
Por lo visto, la educación es transable. La niñez no provoca desvelo.
Prioridad, dice la página 1668 el entrañable Diccionario de la Lengua Española en su vigésima primera edición, es “anterioridad de una cosa respecto de otra, o en tiempo o en orden”. Por eso resulta especialmente frustrante constatar la falsedad del discurso político, cuando promete enfocar sus mayores esfuerzos en la niñez. De acuerdo con la definición del término, eso significaría colocar sus demandas y necesidades por delante de muchas otras en la lista de precedencia en los esfuerzos de gobierno y los compromisos de Estado.
Una larga experiencia de decepciones, cuya persistencia ha creado algo parecido a una ideología de la desconfianza, se pone una vez más de manifiesto en la voluminosa antología de la mentira oficial al haberse marginado el tema de la educación básica en un juego de puntos y contrapuntos que hicieron del presupuesto de la Nación una mesa de ruleta, en la cual se jugaron únicamente intereses partidistas.
En cambio a la niñez, uno de los sectores más importantes y peor atendidos de la sociedad, se le ha negado sistemáticamente toda oportunidad de desarrollo dejando la atención de sus necesidades en uno de los últimos renglones del proyecto de gobierno. Ahora, por un golpe de timón en el presupuesto para 2016, una vez más se le arrebata la posibilidad de recibir una educación de calidad como merece, porque el Congreso ha inclinado la balanza hacia otras prioridades, convenientes éstas para sus juegos políticos.
La historia ha demostrado de manera contundente que la administración del Estado es ineficiente y el manejo de fondos en las oficinas ministeriales sólo propicia la corrupción. Aún así –y quizás precisamente por ello- se espera una mayor acuciosidad en el diseño de las políticas públicas, con especial énfasis en el tema educativo porque desde ahí arranca cualquier posibilidad de desarrollo para el país.
Dejar a las escuelas sin suficiente presupuesto para operar con niveles de eficiencia, eficacia y dignidad, es sin duda otro golpe contra la niñez y su futuro. Y habría que agregar que este golpe resulta especialmente duro para las niñas, con igual derecho para educarse pero quienes sin duda serán marginadas una vez más porque cuando el presupuesto es escaso, lo poco disponible beneficia prioritariamente a sus hermanos varones.
Esta escasez de fondos se observa a nivel de la educación, pero también afecta al sector salud y ahí viene el remate final para las niñas y niños de Guatemala, quienes junto con las mujeres, la población rural y el segmento de adultos mayores son los más afectados cuando la bolsa es limitada. En ese grupo marginado se agrupa el porcentaje mayoritario de la pirámide poblacional y esa base determina los indicadores de desarrollo del país, reflejando en ellos de manera contundente la falta de visión de sus gobernantes.
Es evidente que la clase política aún no entiende la lección ni comprende los alcances de la educación en el proyecto de construcción de una sociedad saludable y productiva. De hacerlo, el país hubiera cumplido los Objetivos de Desarrollo del Milenio y ahora no estaría tan atrasado en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, cuyo logro se avizora como muy poco probable.