Mares de sangre y Aquellos hornos


Por Rafael Loret de Mola

Como ocurre luego de cada terremoto que nos sacude, tras la masacre de Tlatelolco nadie puede precisar la cifra de muertos derivados de la represión brutal. Los números van desde los 28 –de acuerdo a la primera versión del gobierno mexicano-, hasta los 500 que aseguraron los corresponsales extranjeros testigos de la tragedia. El Consejo Nacional de Huelga habló, en principio, de 150 muertos civiles y cuarenta militares –lo segundo jamás se confirmó-, para finalmente aterrizar su conteo en 325 cuerpos, la misma que ofreció el gran Octavio Paz, entonces embajador en la India a la que renunció por estos hechos… sin dejar de cobrar sus estipendios como diplomático.

Lo cierto es que por la mañana del 3 de octubre de 1968, la Plaza de las Tres Culturas estaba sitiada de uniformados quienes, además, limpiaban afanosamente las baldosas acaso para que el agua se llevara los mares de sangre; al final, habría de reconocerse que un niño también había caído y pudo ser encontrado entre los bajos del edificio Chihuahua. Sólo uno, como símbolo de que aquella noche terrible, cuyo amanecer comenzaba, se había roto el futuro de México mientras díaz ordaz respiraba tranquilo porque el ejército no había proseguido su andar hacia Los Pinos como sugirieron algunos mandos a quienes desanimó el general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa, para ganar con ello el umbral de los héroes de Jalisco en la rotonda cercana a la Catedral de Guadalajara. Un caso de antología. 

Tras medio siglo, la memoria no nos traiciona aunque mucho de lo sucedido no se haya escrito ni, mucho menos, juzgado. Por allí deambulan algunos de los dirigentes del movimiento, no pocos de los cuales convivieron en el “palacio negro” de Lecumberri durante algunos meses, dos años el que más, amnistiados después por luis echeverría, cuya versión regresa a la de díaz ordaz para hablar de “menos de treinta” ajusticiados sin motivo ni razón durante un mitin que se pretendió observar como un acto subversivo patrocinado por fuerzas del exterior en unos de los años, 1968, más convulsos de la historia.

Fue en este periodo terrible cuando surgió la “primavera de Praga”, la ferocidad de los estudiantes de La Soborna en París, la tragedia de los estudiantes en México y, desde luego, los magnicidios, jamás aclarados, de Martin Luther King y Robert Kennedy, el segundo en plena precampaña presidencial y apenas menos de un lustro después del asesinato de su hermano John, el demócrata que ocultó la invasión a Cuba en Bahía de Cochinos y a punto estuvo de desatar la tercera guerra mundial. 

En los casos de los Kennedy fue evidente la intervención de un polígamo de intrigas, desde adentro, por parte de la CIA, el FBI y los grandes empresarios multimillonarios conjurados contra quien abogaba por abolir, de tajo, los rescoldos ominosos de la esclavitud; en el caso de México apenas van abriéndose las heridas archivadas sin que se pueda juzgar a nadie, salvo por el testigo de la historia que condena implacablemente a díaz ordaz y echeverría –el primero muerto y el segundo con 96 años de edad-. 

Nunca hubo justicia.
La Anécdota
Procuro, siempre que me refiero al drama del 68, no olvidar la otra represión paralela y bruta, ya solo bajo los auspicios de echeverría: el Jueves de Corpus de 1971. 10 de junio para ser precisos. Tras este suceso –sobre el cual no ha sido inquirido el entonces mandatario-, nunca se dieron cifras de muertos, entre otras cosas porque los padres de las víctimas fueron amenazados si se atrevían a denunciar. Fue mayor la ferocidad, más aplastante la dictadura que, con esto, llegó a la cúspide silenciando a millones de voces libres y durante muchos años de oprobio.
1971 fue el tiempo de “los halcones” financiados por la regencia de la ciudad de México, encabezada por Alfonso Martínez Domínguez, el neoleonés quien le recordó a su madre a su presidente cuando éste le obligó a asumir la responsabilidad de los hechos incluyendo lo relacionado con el grupo de paramilitares que cobraban nómina en el Distrito Federal pero eran orientados por el Estado Mayor Presidencial. La deshonra del ejército se hizo mayor bajo el presidencialismo autoritario. 

Recuérdese. La memoria histórica sirve también para no caer en los mismos hondos agujeros del pasado.

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