Los acarreos en los procesos electorales
Antropólogos y sociólogos siguen cuestionando las concentraciones humanas que se dan en los procesos políticos, sobre todo en las épocas de elecciones. El acarreo hecho costumbre ancestral se considera como una labor perversa e indigna, en donde el ser humano es transformado en factor exclusivo de “uso” y clientelar importante inducido a favor exclusivamente de los aspirantes al poder. Acarreados y no otra cosa que en su mayoría son involuntarios ya que el mismo acarreado no ofrece ninguna simpatía por el ícono político, aquel que determina el aplauso unánime a su favor y que busca su popularidad. Además el que sólo va a crear impacto de su imagen y movimientos discursivos sin que ello los saque de la mediocridad que cargan sobre sus espaldas.
Los acarreados de hoy en día, resultan ser el alma, sustento imprescindible de la fiesta electoral. Acuden si, unos presionados por sus líderes ramplones, otros incluso van con toda la prole sabiendo que más que la fe en el candidato los impulsa la distracción en un transporte de ida y regreso y desde luego sumidos en el conformismo que los lleva a la torpe satisfacción a recibir las miserias, como la torta, la fruta, el refresco, la gorra, la camiseta y desde luego con las siglas del partido en cuestión. El acarreado es el lumpen que favorece al ego de los candidatos, el mismo que aplaudirá por inercia el discurso colmado de egolatría y surtido de demagogia.
El acarreo así considerado se convierte en afrenta a la razón, la inutilidad humillante y al chantaje envilecido, desde luego es la manera como los políticos medran con la pobreza del que por ignorancia y ausencia de criterio se somete a los designios del más fuerte, no precisamente de ideas, más bien de las trapacerías indignantes. No escapa a este análisis el contexto sicológico del acarreado. Éstos, al final del mitin sufren en carne propia consciente o inconscientemente el desamparo, la frustración por el engaño del que han sido victimados y cuando han llegado a sus hogares los despierta su reflexión y surgen los interrogantes: ¿A qué fuimos? ¿Qué ganamos? preguntas sin respuesta. En esta masificación indigna, la clase más golpeada suelen ser los más pobres; campesinos, comerciantes ambulantes, desempleados, obreros, sin seguridad social, amas de casa, hasta los ninis y muchos más de los que viven sufriendo la precariez social y económica. Desde luego no así los clasemedieros, obreros sindicalizados hundidos en el corporativismo, también los burócratas consentidos del régimen. Todos son arriados bajo consignas donde la convicción personal está ausente.
Hablando de los campesinos resultan los más lastimados, son los que no cultivan y rumiando viven su pobreza, llevados a los mítines bajo el condicionante de la “leva” usada en los tiempos revolucionarios. Se actualiza así la masificación deseada por los candidatos. Y de ahí la consigna que la masa de pobres tendrá que votar por inercia, por miedo a que les nieguen tanto insumos agropecuarios como el cemento para sus pisos de tierra, las láminas de cartón para sus techos, etc.
Así el acarreado dueño de su miseria y hambruna despierta a la realidad cando ha llegado a sus hogares, en ese espacio reniegan de haber asistido a la llamada “fiesta del pueblo” o bien la fiesta de “la democracia” así llamada por los políticos que los han usado. Psicológicamente a los acarreados los atosiga el desprecio de haberse sentido nadie ¡nadie! en el maremágnum. Recuerdan con desprecio el maremágnum de matracazos, de altoparlantes, el suplicio entre los estragos del sol, la lluvia, el frío, considerados en esos actos en realidad como invitados de piedra, como los desconocidos del mundo. Así mismo, haber soportado el ladrido no el discurso convincente y hagueño de los candidatos, a pesar de ello reniegan de haber sido aplaudidores inconscientes obligados por los testaferros u organizadores de los eventos.
El acarreado vuelve a la realidad, y en el silencio crepuscular se dispone a enfrentar su destino miserable donde reina la pobreza. Ha sido presa del engaño y la frustración, el acarreado se desangra buscando algo que sublime su tristeza, ha sido más que una caricatura humana en aquellos momentos del exaltado mitin. Un mitin donde desparramo la adrenalina que lo llevó por instantes a emociones inéditas e insultantes; ha sido una víctima electorera, recuerda con desagrado el discurso exorcizante de un candidato sin conciencia que ha vomitado frases, silogismos, ideas de redención para los más jodidos; no obstante empujando sus intereses particulares y sus afanes de protagonismo.
El acarreado sufre así por esa realidad, la debilidad neurogénica: el cansancio mental, la inmovilidad de sus reflejos y la arreflexia involuntaria; todo en correlación al ánimo perdido, percibe así sus ilusiones deshilachadas, su fracaso real renegando de aquel momento, de las migajas retóricas ofrecidas supuestamente el bagaje de esperanzas sin horizonte posible.