Espías desatados y humanidad perdida
- Espías Desatados.
- Humanidad Perdida.
Por Rafael Loret de Mola
Me tocó el turno. Amigos que saben entrometerse en las intricadas redes sociales para detectar hackeos, espionajes y demás –también en cuanto a los números telefónicos-, me dieron el sorprendente aviso: “cuidado; desde la secretaría de Gobernación están interviniendo todos tus mensajes y grabándote”. Sabía yo que varios colegas veían quejándose del virus de las amenazas pero era prioritario, más bien, insistir en las muertes de tantos colegas –y los desaparecidos cuyas familias enferman, extrañamente-, antes de angustiarnos por la amenaza de los infectos al servicio del gobierno.
Sólo que ahora el espionaje es como una suerte de antesala para proceder en contra de quienes ejercemos nuestra profesión –pocos, pero extendidos por toda la República-, con libertad y responsabilidad; por supuesto, no somos perfectos y de las debilidades hacen escarnio los represores para descalificar, minimizar o anular incluso nuestras denuncias que NO pueden responder.
En una pretendida analogía, en apariencia nos dejan actuar mientras aparece un sicario para acuchillarnos por la espalda; sucede lo mismo que cuando a la gran tenista Mónica Seles, llamada a ser la primera en el mundo, le cortaron las alas, literalmente, un mediodía en Hamburgo cuando, desde las gradas, saltó un loco para clavarle un puñal en un costado en 1993. No la retiró el hachazo pero le persiguieron las secuelas hasta su retiro en 2003. Fue valiente siempre, pero nunca pudo volver a la cúspide.
Tal se pretende, cobardemente, contra los periodistas, incluso contra aquellos, como en mi caso, hemos visto de cerca a la muerte. Mi padre, Carlos, fue perseguido por los sicarios del infame Manuel Bartlett quien ahora, con cinismo inaudito, considera una novela el crimen por él organizado, como igualmente intervino en los asesinatos de Manuel Buendía y “El Gato Félix”, en Tijuana, además de ochenta colegas más. Y allí va, tan orondo, arrastrando las glorias “casi poéticas” de Andrés, el falsamente inmaculado. ¡Pobre México que cierra los ojos y la memoria!
No me asusta el espionaje sino la burda operación gubernamental que anuncia tiempos peores contra los mexicanos, una dictadura militar por ejemplo acaso bajo el razonamiento sobre las fallas y desviaciones de las administraciones civiles y el cansancio que provoca en las filas el peñismo descastado.
Si esta es la manera en la que Miguel Ángel Osorio Chong, el borrico de Hidalgo, cree poder alcanzar una candidatura presidencial –con el sufragio universal muerde el polvo, seguro-, ya sabemos a qué atenernos: la persecución y las amenazas constantes. Ya tengo los años suficientes para soportar y surfear las olas del odio; ya no más miedo. #cerocobardía.
Pero, no olviden, que están construyendo su propia historia y el destino de los suyos. ¿Les legarán el rencor de todos los mexicanos bien nacidos?
La Anécdota
Una vez más, tras la cornada mortal que cercenó la vida de un torero exitoso y valiente, el vasco Iván Fandiño, a los 36 años de edad, llovieron en cascada los mensajes cargados de odio y, peor aún, de animalismo mal entendido, para mofarse. Para mí tal fue insoportable e incomprensible, sobre todo por el disparate de llamar asesino a quien no comete delito alguno por sacrificar a los toros de lidia criados genéticamente para exaltar su bravura lo que les permite vivir el doble de las reses destinadas al rastro para consumo humano.
Es tal la ignorancia que algunos llegaron al grado de llamar “descerebrados” a los aficionados; con ellos Hemingway, Welles, Ortega y Gasset, Vargas Llosa, García Márquez –a su muerte hubo imbéciles que se alegraron por ella por su afición a los toros y le llamaron “asesino”-, Pérez Reverte, Camilo José Cela, Carlos Fuentes e incluso Octavio Paz, sólo entre los escritores. Si vamos a pintores y artistas toparemos con dos grandes ídolos, Cantinflas y Agustín Lara, además de “La Doña” inolvidable.
¿Descerebrados? Son más bien quienes niegan la grandeza para sumirse en su ignorancia y se ilusionan cuando defecan sus mascotas mientras las observan tiernamente, convirtiéndose en sus esclavos ¡por voluntad propia! Esto no es amor a los animales sino maltrato hacia los seres humanos.